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Algo extraordinario le ocurrió que acontecía, e interrogó al amanuense que con una presteza suma le contestó: Ha venido, doctor, un señor de edad, acompañado de una niña. Dijo que quería confiarle un asunto. Yo le dije que volviese a las doce y media. El amor propio le impidió abrazar al amanuense. ¡Un cliente! ¡Ya le parecía que la fortuna estaba en su mano!

Es verdad que dictaba sin tropiezos ni vacilaciones, sin que fuera preciso repetirle la frase anterior, sin que el amanuense le hiciera eco, murmurando entre dientes la última silaba de la palabra final; pero así salía aquello.

El jurisperito, gran madrugador, había vuelto de misa y del acostumbrado paseo por la alameda de Santa Catalina, o sea el Bosque Pancracio de la Vega, y muy instalado en su poltrona aguardaba la llegada de su nuevo amanuense. ¡Adelante, joven! dijo en alta voz. ¡Adelante! ¡Bien! ¡Bien! ¡Me place la exactitud! Tome usted asiento. Voy a decirle cuáles son aquí sus obligaciones.

Poco vas a ganar, muchacho; pero, ¡algo es algo! Ya veremos si después encontramos cosa mejor. Castro Pérez había despedido a su escribiente, y en atenta carta avisaba a mi maestro que el empleo estaba a mi disposición. Hacía grandes elogios de , y se prometía encontrar en el nuevo amanuense un joven «inteligente, activo y útil».... Yo dije para , cuando leí el párrafo: ¡Y que gane poco!

No pasé de la puerta, y ya no puedo con mi humanidad. Echóse para atrás, y mirándome por sobre las gafas agregó: Ayer escribí a López.... Tendré mucho gusto en darle a usted el empleo. Me gustan los jóvenes como usted. ¡Ya veremos! Ya veremos si encuentro en mi nuevo amanuense lo que deseo y he buscado siempre: un joven «inteligente, activo y útil...» Mañana me tendrá usted por allá.

Sieruo de V. M.^d Ant. Perez. Esta carta no es original, sino copia sacada por amanuense italiano, al parecer. Jacome Marenco, caballero genovés, agente de negocios, amigo y corresponsal de Antonio Pérez, á cuyas gestiones debió, en parte, ser nombrado luego cónsul de Francia en Génova.

Me llamo Teodoro, y fuí amanuense en el Ministerio de la Gobernación. En aquel tiempo vivía yo en la travesía de la Concepción, número 106, en la casa de huéspedes de doña Augusta, la espléndida doña Augusta, viuda del comandante Marques.

Quisiera ir á Francia con estos dos amigos, señor, dijo Roger. Pero no que sirva para soldado, porque he sido siempre hombre de paz; estudiante desde que salí de la niñez y también lector, exorcista, acólito y amanuense en la abadía.

Á ver las cuerdas, Pedro, y que lo ates de pies y manos de manera que no vuelva á escurrirse. Le ha llegado la hora y ¡por San Jorge! que de esta vez las pagará todas juntas. ¿Quién sois, joven? preguntó á Roger. Un amanuense de la abadía de Belmonte, señor. ¿Tenéis carta ó papel que lo acredite? ¿No seréis uno de tantos pordioseros como infestan estos caminos?

El astrónomo carnavalesco y su ayudante tomaron la altura con ridículos instrumentos de náutica, y al hacer la declaración de que estaban exactamente en la línea, Neptuno, con un golpe de tridente, dio principio a la ceremonia. El escribano leía en un libro sostenido por su amanuense.