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Ya te he dicho que me distinguen como no lo merezco. «Vamos, Linilla: ¿quieres que deje yo esta casa, que pierda yo esta colocación tan codiciada en Villaverde, y que vuelva yo a ser amanuense de Castro Pérez? Tal vez ni eso pudiera yo conseguir. ¿Quieres que me vaya a la tienda de Andrés a vender cominos y pimienta? Responde.

El principal y casi exclusivo objeto de mis notas ha sido purgarle de los infinitos errores introducidos en su texto por un bárbaro copiante, sobre todo en los nombres geográficos y de personajes, particularmente indígenas, y en las frases redactadas en quíchua; pero dudo muy mucho haberlo alcanzado, así como me temo no haber suplido algunas veces lo necesario para restaurar ciertos pasajes faltos ó cuya lectura han hecho por extremo difíciles los yerros del amanuense.

Pero como dije antes, tu padre no quería dedicarte irrevocablemente á la vida monástica; la elección dependerá de , y no has de hacerla ahora, sino cuando tengas alguna experiencia de la vida, para resolver con acierto. ¿Y no impedirán mi partida los cargos que he ejercido ya en la comunidad, aparte de mis funciones de amanuense? En manera alguna. Veamos: ¿has sido despensero y acólito?

Eso no quita, observó el barón, y nunca está de más que cada compañía tenga su amanuense, alguien que entienda más de leer un pergamino y de redactar un informe que de andar á flechazos con el enemigo. Todavía recuerdo yo á un secretario que tuve en la campaña de Calais, llamado Sandal, que era también trovador y juglar de mérito.

Gran vergüenza sería para y para los buenos religiosos de Belmonte, que yo no supiera leer, contestó Roger. Como que he sido amanuense del convento por cinco años, y á los monjes debo todo lo que . ¡Este mozalbete es un prodigio! exclamó el arquero mirándole con admiración. ¡Y sin pelo de barba y con esa cara de niña!

El rostro de Castro Pérez cambió de expresión. Vamos, joven, murmuró levantándose, y ofreciéndome un asiento, aquí tiene usted una silla. Mi hombre volvió a su poltrona, y luego, por sobre los anteojos, me miró de pies a cabeza. ¿Qué se ofrece? ¡Ah! ¡Ya recuerdo! ¿Es usted el joven que desea entrar de amanuense en esta casa? , señor. Pues bien.... Veremos, veremos si es usted útil.

Pudo haberse concluido antes, pero lo estorbaron dos causas: la primera, que don Luis, cayendo en la cuenta de que podía escribir al distrito por mano ajena, ni más ni menos que un ministro, empleó a Pepe como amanuense; y la segunda, que las conversaciones de éste con Paz fueron adquiriendo mayor desarrollo y duración cada día.

Tres días hacía que a las doce en punto llegaba a su oficina vestido todo de negro, con levita y galera, llevando en la mano un rollo de papel, y que veía al amanuense y a Manuel, que dejaban los dibujos y letras góticas que se ocupaban en borronear y le saludaban, volviendo a su tarea luego que él se instalaba en su escritorio con toda prosopopeya.

En una, la que estaba destinada al amanuense, unos estantes con papeles y legajos polvorientos, comidos de la polilla, folletos y periódicos, en paquetes atados con hilo de Campeche; una mesa secular, cubierta con una carpeta de paño verde, manchada de tinta; gran tintero de plomo, una marmajera del mismo metal, dos plumas dignas del gabinete de un arqueólogo, y un retal de casimir negro para limpiar las plumas, procedente, sin duda, de algún pantalón viejo del abogado.

«Esta casa añadió el amanuense dando a conocer mejor su voz melodiosa y dulce, que llegaba al alma no es una casa de divertimiento; es un asilo triste y fúnebre, señorita. Yo me hago cargo, , señorita, me hago cargo de su dolor de usted...». Y se envasó en el cuerpo, aspirándola por entre los dientes, otra gran cantidad de aire.