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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Vd., capitán, en su calidad de hombre de mundo, estimará desde luego el valor que podría tener un amor de compasión. Nada hay mas frágil que esto, y nada que acarrée más desgracias a los corazones que aman. Yo deseaba saber si Carmen había amado a Pablo antes, y a pesar de sus defectos, aunque lo hubiera ocultado aun a sí misma por recato y por respeto a la opinión de sus parientes.
Hacia ellos voy... por los caminos posibles. Hacia Dios no se va más que por uno: el del bien. Tú no puedes permitir que a tu Reino se llegue por callejuelas obscuras, ni que a tu gloria se suba pisando los corazones que te aman... ¡No, Dios, no permitirás eso, no, no! Antes que ver tal absurdo, veamos toda la Naturaleza en espantosa ruina, desquiciada y rota toda la máquina del Universo.
¿Más feliz? ¿Y por qué? Porque en aquél no hay fiebre, y ambos se aman en sueños. En cambio, en este caso, Vd. era únicamente quien amaba... ¿Dije ya que la actitud de Ayestarain me había parecido siempre un tanto tortuosa respecto a mí? Si no lo dije, tuve en aquel momento un fulminante deseo de hacérselo sentir, no solamente con la mirada.
Se engaña usted, Rodolfo. Angelina es dueña de ese corazón. Lo sé, no me cabe duda... mi perspicacia de mujer supo descubrirlo ha tiempo. El nombre de Angelina suena en los oídos de usted como celeste melodía. ¡Ya usted lo vé! Me estoy volviendo poetisa.... Ustedes se aman. ¿Nada le ha dicho usted? Algún día le confesará usted que la ama.
¡Sin ser forestal de profesión exclamó animándose el joven se puede tener amor a los bosques! Ustedes los aman por el dinero que dan al Tesoro; nosotros los amamos por ellos mismos. ¿Ama usted los árboles? preguntó Delaberge un poco más afable. ¡Sí, los amo!... replicó el joven con viva entonación.
Estoy, pues, aquí a solas con mi conciencia para juzgarme y condenarme yo mismo. »Reconozco que he sido injusto y cruel; he herido sin compasión dos corazones puros, generosos y que me aman. He causado un desmayo de pena a mi hija, criatura tan delicada que basta un soplo para hacerla caer al suelo.
Todo autor, por frío y desamorado que sea, consagra á cuanto escribe, aunque lo estime en poco, un amor semejante al que tienen los padres á sus hijos, á quienes aman aunque sean feos y no bonitos, enfermizos y no robustos, tontos y no discretos.
Y después de todo, ¿tengo necesidad de buscar tantos razonamientos para justificar lo que en mí es ya una resolución invariable? ¿No basta para mí y para todos los que me aman que este afecto sea el único capaz de hacerme gozar de una pura felicidad? ¿Cederé al temor de los rumores imbéciles del populacho distinguido? ¿Careceré de fuerza para desafiar la censura de esos corazones estériles, llenos de orgullo y de egoísmo, las burlas de alguna mujer altanera, el desprecio de algún miserable enriquecido?
8 Y volvió el rey del huerto del palacio al aposento del banquete del vino, y Amán había caído sobre el lecho en que estaba Ester. Cuando esta palabra salió de la boca del rey, el rostro de Amán fue cubierto.
Algunos de estos venerandos cuadros estaban agujereados en la cara; otros habían perdido el color, y todos estaban sucios, corroídos y cubiertos con ese polvo clásico que tanto aman los anticuarios. En las habitaciones donde dormían, comían y trabajaban las tres damas, apenas era posible andar á causa de los muebles seculares con que estaban ocupadas.
Palabra del Dia
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