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Las noches en que había música en la plaza de Mina, salía con su amante á escucharla. Por las tardes también quería éste sacarla á paseo, pero rara vez aceptaba. Los quehaceres la retenían. Deseaba aquél tomar una criada para aliviarlos; pero ella se opuso siempre con tenaz resolución.

Cuando en la calle le acometían, apretaba fuertemente la parte dolorida con el puño del bastón, y así caminaba con el rostro pálido y angustiado, sin oír ni ver nada de lo que a su alrededor pasaba. Por fortuna, duraron poco tiempo: el bismuto que le recetó el amigo con quien solía consultarse consiguió aliviarlos notablemente.

Por mucho que me digas, mi imaginación de seguro ha ido todavía más allá. Hace ya tiempo que vivo resignado. que no puedo esperar otra cosa que ser tu amigo; pero, al menos, eso quiero serlo de verdad, quiero que no tengas otro mejor en el mundo... Cuéntame tus pesares, hija mía, que aunque yo no pueda hacer nada por aliviarlos, el pecho se desahoga y no roen tanto allá dentro.

Sin embargo no tienen los caciques poder de imponer contribuciones, ni quitar cosa alguna á sus vasallos, ni aun obligarlos á servir tal ó tal empleo, sin que se les pague, debiendo por el contrario tratarlos con la mayor benignidad, y algunas veces aliviarlos en sus necesidades, si no quieren que se sometan á algun otro.

¡Oh! dijo la huérfana vivamente, creyendo encontrar un gran argumento: , tengo quien se interese. No, no lo creas, no. Ese joven no hará nada: le conozco, conozco su carácter. La prueba es que vive aquí hace días, que sabe tus sufrimientos y nada ha hecho por aliviarlos. ¿Ha intentado algo? No: yo que no. No se atreve. ¿Que no se atreve? , ... Pero váyase usted, por Dios.

Los vecinos del pueblo, que miraban con afición al comandante, o más bien al comendante, que era como le llamaban, y que al mismo tiempo conocían sus apuros, hacían cuanto podía para aliviarlos. No se hacía matanza en casa alguna sin que se le enviase su provisión de tocino y morcillas. En tiempo de la recolección, un labrador le enviaba trigo, otro garbanzos; otros le contribuían con su porción de miel o de aceite. Las mujeres le regalaban los frutos del corral; de modo que su beata patrona tenía siempre la despensa bien provista, gracias a la benevolencia general que inspiraba don Modesto; el cual, de índole correspondiente a su nombre, lejos de envanecerse de tantos favores, solía decir que la Providencia estaba en todas partes, pero que su cuartel general era Villamar. Bien es verdad que él sabía corresponder a tantos favores, siendo con todos por extremo servicial y complaciente. Levantábase con el sol, y lo primero que hacía era ayudar a misa al cura. Una vecina le hacía un encargo, otra le pedía una carta para un hijo soldado; otra, que le cuidase los chiquillos, mientras salía a una diligencia.

Lo más insufrible para su caridad eran las grandes necesidades y trabajos de sus súbditos sin tener con qué socorrerlos y aliviarlos.

De remediarlos en absoluto, no; pero de aliviarlos bastante, repuso el joven clavando en ella su mirada penetrante . Si los mineros trabajasen tan sólo dos o tres días a la semana y esos pocas horas; si se les hiciese vivir alejados del establecimiento minero, en Villalegre por ejemplo; si se prohibiesen esos trabajos a los niños menores de diez y seis años; si se cambiasen la ropa inmediatamente que salen de la mina; y sobre todo si se alimentasen bien, pienso que los estragos del mercurio disminuirían notablemente.