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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Después, reclinado en el fondo del cupé, iba a las «ventanas verdes» donde alimentaba, en un jardín, digno de un serrallo, entre refinamientos musulmanes, un vivero de hembras, y envuelto en una túnica de seda fresca y perfumada, me entregaba a los delirios más abominables... Me traían medio muerto a casa, al primer albor de la mañana, hacía maquinalmente la señal de la cruz, y, a poco, roncaba sonoramente, lívido y sudoroso, como un Tiberio exhausto.

Pasaban días enteros sin comer, con la tranquilidad de la costumbre, y a pesar del hambre, hacían gestos de asco al hablar de los traperos, de los mendigos, de todos los payos que la miseria ponía en contacto con ellos, gente de estómago vil, que se alimentaba de la bazofia arrojada por los demás y se vestía con sus despojos. Chorar... ¡todo lo que pudieran!

Provino de todo esto una fervorosa amistad, que se alimentaba en el comercio y comunicación constante de aquellas dos personas. En los lugares, ni más ni menos que en las grandes poblaciones, abundan las malas lenguas; pero concurrían en esta ocasión mil circunstancias que evitaron que la maledicencia se cebase en tan inocentes relaciones y las interpretase en sentido avieso.

Fue como una pasión poderosa, de las que avasallan, y Ana la acogió con placer, porque así alimentaba el hambre de amor que sentía, de amor, que tuviese objeto sensible, algo finito, una criatura. «, , pensaba, yo combatiré la inclinación al mal, enamorándome de este bien, de este sacrificio, de esta abnegación.

Algo le hacía, de seguro, la mano oculta que alimentaba las lámparas de los cielos, porque, a medida que me alejaba de él, puesto que descendía, redoblaba su fuerza penetrante. No es posible formarse idea de esos calores sin haberlos sufrido; las rocas parecen inflamadas, la tierra enrojecida calienta el aire que abrasa la cara, irrita los ojos, turba el cerebro.

Por toda respuesta el Príncipe movió la cabeza lentamente, con desesperación. ¿Le dio a usted motivos de celos? A esta nueva pregunta contestó con un gesto dudoso. ¿Sabía usted, o no, que alimentaba un nuevo afecto? Lo suponía. ¿La reprochó usted alguna vez su amistad por Vérod? Al oír el Príncipe este nombre, frunció el entrecejo y se estremeció otra vez. No contestó con voz sorda.

La señora Morfeo alimentaba la viva esperanza de que aún hallaría a la niña ahogada en una zanja, o lo que casi era tan terrible, cubierta de lodo, manchada y sin esperanza de que por medio de jabón y agua volviera a su primitivo estado. El maestro volvió a la escuela con el corazón contristado. Al encender su lámpara y sentarse en el pupitre, encontró ante una esquela, a él dirigida.

Su vieja amistad con el Conde de Chinchón y su parentesco con el Marqués de Velada era causa de que los menos informados le atribuyesen grande influencia en la Corte, ilusión que él mismo alimentaba repitiendo a menudo las dos o tres frases que Su Majestad le había dirigido en su larga vida de pretendiente y mostrando hacia el Monarca una admiración tan grande como el odio recóndito que, en verdad, sentía por aquel espectro coronado, cuya sola mirada le cuajaba los tuétanos.

El conde era visita de la casa de Quiñones, pero sólo iba de tarde en tarde, con motivo de algún cumpleaños, entrada de año, etc. Sin embargo, Quiñones alimentaba por él profunda simpatía. Bastaba que perteneciese a la nobleza para que el linajudo hidalgo le juzgara superior en todos conceptos a los demás seres de la población.

Algunas veces había encontrado en el caldo agujas de coser, hilos, dedales y hasta juguetes de niño. ¡Y pensar que otros del barrio, que sólo tenían casas de éstas, habían de alimentarse con tal bazofia, después de limpiarla como podían!... Ella la destinaba a sus cerdos. Por eso se los pagaban los tratantes de las afueras a más precio. Sólo los alimentaba con las sobras de los señores.

Palabra del Dia

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