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Actualizado: 26 de junio de 2025


Sancho y Sol son los frutos de estas relaciones, quienes ignoran cuáles sean sus padres, habiendo sido criados hasta entonces como si fueran dos vulgares aldeanos. Esta noticia reanima al viejo Mendo; perdona la falta de su hija, y se congratula de tener un nieto, que pueda encargarse de vengar la ofensa de su abuelo.

Nuestro poeta, sin embargo, no comete los abusos en que después incurrieron otros dramáticos de su país, manejando con cordura esta fuente de las situaciones más interesantes. Particular admiración excitó Lope en sus contemporáneos por su arte en representar las clases más bajas de la sociedad, como rústicos, aldeanos, pastores, etc.

Aprovechando una de las vueltas para pasar cerca de su hermana, le preguntó por lo bajo: ¿Está ahí mamá? Cecilia hizo un signo negativo, y se tranquilizó. La niña se cansó pronto de aquel espectáculo. Quiso ir de nuevo a ver el baile de los aldeanos. Desde allí, saltando otra vez a la carretera, entraron en la romería que quedaba del otro lado. Fué gran ventura para ellos.

En la primera batalla que dimos con los aldeanos portugueses, todos echaron a correr en cuanto nos vieron, y el General mandó a la caballería que se apoderara de un hato de carneros, lo cual se verificó sin efusión de sangre. No, no ha habido en el mundo batallas como ésas, Sr.

Pasaba en Bilbao por ser uno de los jóvenes más elegantes, pero cuando llegaban luchas electorales, se le veía con la boina sobre los ojos, empuñando un enorme garrote, al frente de los aldeanos de los pueblecillos inmediatos.

El cortejo nupcial cruzó el pueblo y ascendió por el estrecho camino de la iglesia sombreado de avellanos. Al desembocar en el campo de la romería ésta se hallaba en todo su apogeo. Pero la entrada de tan grande y lucido concurso no causó en ella el movimiento natural, porque en aquel momento se iniciaba una reyerta formidable entre mineros y aldeanos.

Pero todo fué en balde: a la mañana siguiente, batidas bien ambas orillas, sólo se encontró el miserable gozque, todavía teniendo en su boca alguna parte de la vestidura blanca de María. El soldado, con las lágrimas en los ojos, recogiendo en su pecho aquella prenda de dolor, iba inquiriendo de piedra en piedra por el río, y preguntando a cuantos aldeanos encontraba: ¿Has visto a María?

Formábanse grupos, que permanecían algún tiempo vacilantes, buscando con los ojos a alguno que les faltaba, para irse. Lo primero que se deshizo fueron las giraldillas. El baile y la danza persistían. Los aldeanos estaban más cerca de sus casas y no tenían tanto miedo a caminar de noche. En torno de los coches situados en medio de la carretera, se había ido aglomerando la gente.

Los gritos, las imprecaciones, las órdenes de los jefes, las lamentaciones de los aldeanos, el rumor sordo, continuo, de pasos que se elevaba del puente de Framont, el relinchar penetrante de los caballos heridos, todo aquello subía como un zumbido confuso hasta los parapetos. En la ladera sólo se veían armas, chacós y muertos; en una palabra, los residuos de una gran derrota.

Esta mañana me decía: «Siempre que ni ni mis hijos me falten de este mundo, lo demás poco me importa; mis bienes y mi felicidad están en vuestros corazonesDespués ha rezado conmigo mientras la tempestad bramaba furiosa y rompía las ramas de los árboles. Los pobres aldeanos lloraban en el patio al ver la catástrofe. He leído esta noche Un viaje a los Pirineos, por M. Dusaux.

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