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Al pasar a una rama colateral la hacienda de los Pazos de Ulloa, fue el marquesado a donde correspondía por rigurosa agnación; pero los aldeanos, que no entienden de agnaciones, hechos a que los Pazos de Ulloa diesen nombre al título, siguieron llamando marqueses a los dueños de la gran huronera.

La cuestión es saber si tiene o no la misma figura. Don Lorenzo se inclinó en señal de asentimiento. Maza saltó, hecho una furia: Pero, señores. ¡Pero, señores! ¿Estamos entre personas ilustradas o entre aldeanos? ¿De dónde sacan ustedes que caimán es lo mismo que cocodrilo? El cocodrilo es un animal del Mundo Viejo y el caimán es del Nuevo Mundo.

En nuestros días, el descendiente de aquellos caballeros antiguos no tiene que convertirse en carcelero de su pueblo, ni tiene que vigilar á los habitantes con suspicaz mirada, como no sea propietario de una fábrica y pueblen los aldeanos sus talleres. La quinta que se ha mandado edificar en la vertiente de un cerro puede decirse que está oculta.

Que he de contagiarme de estos miasmas, no tiene duda, y apelo á la reciente escena: evitemos la ocasión del peligro, cuyo solo recuerdo me estremece. Y no quiero decir que estos aldeanos sean de peor condición que los de otros países, no señor: tus convecinos son, tal vez, mejores que todos los demás campesinos de la península, por más de un motivo; pero al fin son aldeanos, y basta.

Nos despedimos de toda aquella gente, a la que parecía que arrancábamos su providencia, a la entrada del valle, internándonos nosotros con un pequeño grupo de ocho aldeanos vigorosos, por el escabroso y estrecho desfiladero que sube hasta el pico de aquellas montañas llamado «La cruz de las señales

Aquella noche en la tertulia se hablaba en primer término del paseo de Vegallana. ¿A dónde bueno, Marqués? le preguntaba un amigo que le encontraba en el campo. A Cardona por la Carbayeda... mil ciento uno... mil ciento dos... tres... cuatro... y seguía marcando el paso, apoyándose en un palo con nudos y ahumado, como el de los aldeanos de la tierra.

Todos los domingos llevaba Catalina a la aldea de Tiefenbach una cesta, que llenaban aquellos buenos aldeanos de patatas cocidas, pedazos de pan y, algunas veces los días de fiesta , de tortas y otros restos de sus festines. Entonces la pobre mujer, casi sin aliento, volvía a la cueva cantando y riendo muy ufana y cogiendo de los cercados lo que a su alcance estaba.

Me avergüenzo de no poder seguir vuestras huellas, pero mi orgullo es tan endiablado, que me impedirá siempre parangonarme con la oruga que se arrastra a mis pies o al cerdo que se revuelca en mi corral. Estaba siempre en guerra con el consejo municipal de su distrito; no le gustaban los aldeanos, y pretendía que no hay nada más pillo y canalla que un campesino.

Por un lado del tren, se abarcaba el vertiginoso movimiento de la ría con sus barcos y fábricas: por la ventanilla opuesta, admirábase la paz de los campos, el trabajo cachazudo y tranquilo de los aldeanos, removiendo la tierra arcillosa. Las mujeres, con la falda atrás y las piernas desnudas, sudaban dobladas sobre el surco.

El vagón estaba ocupado por obreros y por campesinos de los que iban á la romería. Unos y otros se miraban hostilmente, y los aldeanos acariciaban nerviosamente sus cachabas, oyendo las burlas de la gente de las fábricas.