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Actualizado: 26 de junio de 2025


Desde ese día la cólera pareció extinguirse completamente en él; una vez lo insultaron en la calle, le pegaron, y sin embargo dejó quieto en el fondo de su bolsillo el cuchillo que los aldeanos de aquel lugar emplean de ordinario con gran facilidad. Pasaron años... Martín acababa de llegar a la mayor edad cuando murió el molinero. Su mujer no tardó en seguirlo.

La casa del capitán, que aquellos cándidos aldeanos solían llamar palacio, era un gran edificio irregular de un solo piso con toda clase de aberturas en la fachada, ventanas, puertas, balcones, corredores, unos grandes, otros chicos; de todo había. Parecía hecho á retazos y por generaciones sucesivas.

Cuatro mozos entraron en el portal y subieron por la escalera. Luschía, mientras tanto, preguntó a Martín: ¿Vosotros de dónde sois? De Zaro. ¿Sois franceses? dijo Bautista. Martín no quiso decir que él no lo era, sabiendo que el decir que era francés podía protegerle. Bueno, bueno murmuró el jefe. Los cuatro aldeanos de la partida que habían entrado en la casa trajeron a dos viejos.

Tenía por el campo una pasión tan sincera, aunque contenida en la forma, que le llenaba de voluntarias ilusiones y le impulsaba a perdonar muchas cosas a los aldeanos aunque les reconociera ignorantes y cargados de defectos y aun de vicios. Vivía en perenne contacto con ellos, pero no compartía ni sus costumbres, ni sus gustos ni uno solo de sus prejuicios.

Todos los novios eran lo mismo; iguales los aldeanos que los señoritos; alguna diferencia en las palabras, y nada más. Sólo sabían decirse tonterías, poniendo en sus voces tanta solemnidad, como si la existencia del mundo dependiese de lo que se dijeran. ¡Ah la juventud!... Y seguía sonriendo con indulgencia de veterano ante el entusiasmo de los dos jóvenes.

Llámase mona á una gran bolsa ó protuberancia que sale á algunos maíces en el tallo, y que después de seca se convierte en un depósito de polvo negro y pegajoso; bolsa que suelen guardar cuidadosamente los aldeanos al coger el maíz, para untar con ella en la deshoja la cara del más cercano, cuando más descuidado esté. Prodújose la alarma de costumbre; pero la mona no pareció por ninguna parte.

¿La pequeña Irma, que tenía las manos tan rojas y la deplorable costumbre de pisar los moñigos de vaca? La pequeña Irma es ahora una joven que vuelve de Santa Clotilde con todos los diplomas y tan hecha a las buenas maneras, que desprecia soberanamente a los aldeanos, empezando por el bueno de su padre. Prefiero, entonces, la antigua Irma.

La Nela apartaba las ramas para que no picaran el rostro de su amigo, y al fin, después de bajar gran trecho, subieron una cuesta por entre frondosos castaños y nogales. Al llegar arriba, Pablo dijo a su compañera: Si no te parece mal, sentémonos aquí. Siento pasos de gente. Son los aldeanos que vuelven del mercado de Homedes. Hoy es miércoles. El camino real está delante de nosotros.

Este hecho nos ha causado gran alegría, porque de seguir mucho tiempo este continuo alojamiento de tropas, quedaríamos completamente arruinados. Ha venido a vernos nuestro hijo Alfonso, que se encuentra en Milly, administrando nuestras propiedades y los pueblos que lo han nombrado alcalde. Los aldeanos lo quieren mucho.

El señor Macey y algunos otros aldeanos privilegiados a quienes se permitía ser espectadores de esas grandes ocasiones, estaban ya sentados en bancos colocados con ese objeto cerca de la puerta.

Palabra del Dia

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