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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Ahora, usted a volver la vida a la pobre Nieves, y yo a la botica con la buena nueva. Quisiera tener alas para llegar de un vuelo desde aquí. Aguarde usted un instante... Entérese de esa carta que tengo en el bolsillo desde ayer tarde: la que armó la tempestad. «Nacho...» ¡Hola! ¿Del sobrinito, eh?... ¡Demonio!... ¡demonio!
Envolví con la carta el primer objeto pesado que hallé a mano, y lo tiré con habilidad a la habitación de mi vecina, hecho lo cual y asombrado de mí mismo por este rasgo de audacia, cerré prestamente la ventana y aguardé temblando por las consecuencias que podía tener el acto de osadía perpetrado, porque si mi vecina regresaba con su hermano, y éste leía la carta, quedaría muy comprometida la infeliz muchacha.
¿No conoce usted a nadie que conozca a alguno de los magistrados? Le digo a usted que no. ¿Ni siquiera a un mal portero? Aguarde usted.... ¡Pero quiá! Siga usted, siga usted... Calle usted, hombre, ¡qué majadería!
Pero aguarde usted: como los señores que dirigen la cosa no están muy allá que digamos en eso de comedias, la hubieron de enviar a un cómico que dicen que es hombre que lo entiende, y tiene gran mano en las compañías: éste dijo que no valía cosa, y todo fue, según yo pude averiguar, porque no tenía él un buen papel para lucirse: recogimos la comedia, y éste le puso un papel que era lo que había que ver; volvió y dijo que tampoco valía nada, y fue, según me dijeron, porque el papel era muy largo y él no debe de tener muchas ganas de trabajar.
Aguardé a que entraran en su casa, y poco después me decidí a llamar. Había obscurecido. El viejo alto que trabajaba en la huerta me indicó que pasara. Entré. Una lámpara de aceite alumbraba un cuarto pequeño y modesto, que tenía un armario con cortinillas blancas.
Entramos en ella, y díjome: "No es alcázar la posada, pero yo os prometo, sobrino, que es a propósito para dar expediente a mis negocios," Subimos por una escalera, que sólo aguardé a ver lo que me sucedía en lo alto, para si se diferenciaba en algo de la horca. Entramos en un aposento tan bajo, que andábamos por él como quien recibe bendiciones, con las cabezas bajas.
Es el caso que no se consiente que entre nadie. No está el horno para bollos. Yo entro porque tengo títulos para entrar. No hay quien tenga más derecho que yo. Enséñeme el camino. O no me lo enseñe. No necesito guía. Iré derecha a su lado. Aguarde, señora. Voy con usté, para avisar y anunciarla. ¿Quién digo que es usté? Felicita, nada más que Felicita. Novillo se hallaba en las últimas.
¿Puedo entrar? dijo de suerte que no lo oyó más que ella y el cuello de la camisa. Sí; muy despacito... ¡cuidado con hacer ruido!... Aguarde; déjeme cerrar la puerta... Va a tropezar con algo. Deme usted la mano; yo le llevaré hasta el escaño. Quedaron efectivamente en completas tinieblas. Rosa hablaba en falsete, tan bajito que sus palabras salían de la boca como levísimo soplo.
Federico... una aceitunita... No tome tanta mostaza, criatura, que le puede hacer daño. Resérvese para las perdices. Me consta que están riquísimas. ¿Quiere Burdeos?... Aguarde, yo me encargo de traerlo... Y se levantaba solícito, daba la vuelta a la mesa y traía un par de botellas que colocaba delante del mancebo. Se ha puesto usted muy bueno en Lancia.
Aquel ingenierillo no tenía otros medios de vida que los que él le diese: ni riqueza, ni poder, y sin embargo, era posible que por sus pocos años, por su cara de madamita con bigote, no le ocurriera lo que á él con todos sus millones. ¡Cristo! ¿Para qué servía, pues, el dinero? Aresti se impacientaba. Bueno, hombre: deja en paz á ese chico, y si no quieres verle en seguida, que aguarde.
Palabra del Dia
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