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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


Es verdad que Castillejo no parecía el mismo. Iba con gorra de viaje y un grueso gabán, cuyo cuello le tapaba media cara. Tenía en los ojos un brillo agresivo. Su aliento olía á alcohol, circunstancia extraordinaria, pues el general es sobrio. No pude excusarme con mi trabajo. Eran las once, y Castillejo había esperado á que terminase mi artículo.

¡A !... dijo balbuceando de rabia . ¡Darme órdenes á !... Miguel sintió que una mano se agarraba á los botones de su chaleco. Era como un pájaro temblón y agresivo, que se detenía un instante en su ciego impulso para seguir volando hacia arriba. Adivinó la bofetada, é instintivamente avanzó su diestra. Las dos manos se encontraron cuando la del joven revoloteaba cerca del rostro del príncipe.

Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única. El sol había caído ya cuando el hombre, semi-tendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío.

Pero estaban allí más de veinte personas, y se vió en la dolorosa necesidad de contestar al ayudante, aunque en el tono menos agresivo posible: Bueno... si usted cree que merece la pena... ¡Pues no ha de merecer! Suponer que usted no está a nuestro lado sino por móviles mezquinos bastardos es insultarle... A vej, don Feliciano. ¿Quiere usted escuchaj una palabra?

Cada uno, con agresivo fetichismo, consideraba que el trapo de su nación era más hermoso que los otros y debía ondear triunfante sobre los países inmediatos. Las gentes separadas por un brazo de mar, un río, una montaña ó un bosque, llamados fronteras, se odiaban de un modo feroz, sin haberse visto nunca.

Melchor lo comprendió y cuando se disponía a insinuarse en el lenguaje agresivo y mudo de una pasión fingida llamó su atención, y la de todos, el viejo Montero, que alzándose a la distancia le gritó: ¡Don Melchor!... y no lo tome a mal: a la «salú» de su futura, la niña Clota, que nos dice Hipólito...

Y de la muchedumbre en completa demencia todavía surgían lóbregos sofistas para declarar que este era el estado perfecto, que así debían seguir todos eternamente, y que era un mal ensueño desear que los tripulantes se mirasen como hermanos que siguen un destino común y ven en torno de ellos las asechanzas de un misterio agresivo... ¡Ah, miseria humana!

Es el hombre del día decía con aire agresivo a los que criticaban las nuevas costumbres de Gallardo . No va con granujas ni se mete en tabernas, como otros matadores. ¿Y qué hay con eso? Es el torero de la aristocracia, porque quiere y puede... Lo demás son envidias.

En Petrel, en este pueblo oscuro, en este pueblo diminuto, ¿hay un hombre que gasta monóculo? Y ¿este monóculo tiene una cinta ancha y una gruesa armadura de concha? Y ¿es más grande, y más recio, más formidable, más agresivo que el suyo?

Si los gallos vencieran con frecuencia, pensaba Apolonio que la confianza en mismo, ya que los gallos eran en cierto modo prolongación de su persona, el espíritu agresivo, la necesidad de acción ejecutiva, se le hubieran comunicado fatalmente a él, y como era muy pusilánime, sólo ante la idea de cometer un gran disparate le daban escalofríos.

Palabra del Dia

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