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Actualizado: 14 de julio de 2025


A la mañana siguiente de su vuelta de la antigua capital de Blefuscú se presentó con un nuevo regalo para el coloso. Su amigo el profesor de Física, que apenas si se acordaba ya del accidente maternal de pocos días antes, le había fabricado un aparato para que Gillespie pudiese escuchar considerablemente agrandados los ruidos que resultan ordinarios en la vida de los pigmeos.

Dirigió un golpe contra el rostro de Elena, pero ésta se puso en actitud defensiva, agarrando el brazo enemigo. Su cara quedó intensamente pálida, con los ojos agrandados por la sorpresa y un resplandor felino en las pupilas. Luego habló con una voz algo ronca: Muy bien, joven, no se moleste. Doy por recibido el golpe.

El médico iba á pie, recomendando al cochero que marchase despacio. Miguel la vió pasar, rígida, los ojos agrandados por el asombro, la boca crispada por el dolor, con aquel moribundo en sus rodillas. Su actitud era la misma de la madre divina al pie de la cruz, pero con algo impuro y vergonzoso en su pena que hacía inadmisible la imagen. «¡Oh, Venus dolorosaNo pudo continuar sus pensamientos.

Renacía en su memoria tal como la había contemplado en el dormitorio, con los ojos acuosos, agrandados por el dolor, y una perla pendiente de sus lagrimales, trágicamente bella, como las vírgenes que tienen sobre las rodillas el cuerpo del hijo crucificado... ¡Máter dolorosa! Pero una segunda persona que parecía hablar en el interior del príncipe con fría clarividencia protestó de esta imagen.

Eran mujeres iguales á las que lloraban ó gritaban de entusiasmo al otro lado de la verja; sin colorete, sin artificios, con el pelo libre de postizos, con las mejillas limpias y los ojos agrandados por una emoción que había venido á sustituir los antiguos retoques del lápiz negro: ojos serenos que miraban al porvenir heroicamente, adivinando la proximidad de la desgracia.

Fue una exclamación de horror que conmovió a toda la plaza; un espasmo que hizo poner de pie a la muchedumbre, con los ojos agrandados, mientras las mujeres se tapaban la cara o se agarraban convulsas al brazo más cercano. Al tirarse el matador, su espada dio en hueso, y retardado en el movimiento de salida por este obstáculo, había sido alcanzado por uno de los cuernos.

Vió también ojos agrandados por la sorpresa y el dolor, bocas redondas y negras que parecían agitar los labios con un aullido. Pero no gritaban: al menos él no oía sus gritos. Había perdido la noción del tiempo. No sabía si llevaba en esta inmovilidad varias horas ó un minuto. Lo único que le molestaba era el temblor de las piernas, que se resistían á sostenerle... Algo cayó á sus espaldas.

Sus ojos, agrandados por la emoción, vagaron por la cocina, sin encontrar un sombrero calañés ni un trabuco. Vio un hombre desconocido que se ponía de pie: una especie de guarda de campo con carabina, igual a los que había encontrado muchas veces en las propiedades de su familia. Güenos días, señora marquesa... Y su señó tío el marqué, ¿sigue güeno?

Su lengua estaba hinchada, con grandes rasguños, por habérsela mordido durante la crisis. Isidro se explicó tímidamente, mientras ella lo contemplaba silenciosa, con sus ojos que parecían agrandados por los recientes espasmos.

Se presentaba andrajoso y cabizbajo, y la veía en un sillón, cada vez más pálida y flaca, con una transparencia de cera y los ojos extrañamente agrandados. Sabía un poco de todo, y no se le ocultaba la gravedad de su mal.

Palabra del Dia

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