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Actualizado: 26 de junio de 2025
En la casa del muerto, á donde habían acudido al día siguiente antiguos conocidos y amigos, se comentaba mucho un milagro. Decíase que en el momento mismo en que agonizaba, el alma de Capitan Tiago se había aparecido á las monjas, rodeada de brillante luz. Dios la salvaba, gracias á las numerosas misas que había mandado decir y á los piadosos legados.
Pero ese fustazo de reacción que había encendido un efímero relámpago de ruina sensorial, traía también a flor de conciencia cuanto de honor masculino y vergüenza viril agonizaba en mí.
Y el caballo blanco, el rojo, el negro y el pálido los aplastaban con indiferencia bajo sus herraduras implacables: el atleta oía el crujido de sus costillajes rotos, el niño agonizaba agarrado al pecho maternal, el viejo cerraba para siempre los párpados con un gemido infantil.
La última luz del crepúsculo agonizaba, pero ya el alba lunar aclaraba el oriente. Reinaba una calma divina. Y en esa divina paz, en el silencio augusto, Roberto Vérod se oprimía la cabeza con las manos para tratar de apaciguar la tempestad que lo conmovía. Su razón vacilaba ante la idea de no haber sabido inspirar al juez su propia certidumbre. ¿Por qué no había estado más convincente?
En el momento de bajar a tierra, la pobre niña, con la alegría expansiva de la llegada, vino corriendo, tomada de mi mano a buscar el turpial... El pobre animal agonizaba; medio asado por el calor de la caldera, había tenido el instinto de refugiarse dentro del receptáculo del agua que todas las mañanas se le colocaba en la jaula.
Don Juan no vivía, agonizaba en aquel calabozo, había pasado una noche horrible, de cavilaciones, de temores; se había acordado de todo, había dado vueltas á todo, y sin embargo, no se había acordado de Dorotea. Cuando el carcelero la noche antes le entró la luz, don Juan le dió dinero y le preguntó por la causa de su prisión.
De tal suerte combatida y sin poder de ningún modo devolver iguales destrozos, la tripulación, aquella alma del buque, se sentía perecer, agonizaba con desesperado coraje, y el navío mismo, aquel cuerpo glorioso, retemblaba al golpe de las balas.
La mayor había pasado una semana hablando de Ulises y la Odisea con un licenciado en letras que agonizaba lentamente, pensando en su tesis de doctor que jamás llegaría á leer en la Sorbona. Mientras tanto, Julieta escribía cartas.
Al sentarse á la mesa, al contemplar su mullido lecho, al percibir en invierno la tibia caricia de la calefacción, viendo los cristales floreados por la escarcha, creía estar usurpando indignamente algo que era de otro. ¡Su hijo! ¡su pobre hijo viviendo como un perro sin dueño, tendido en la paja, atenaceado por el tormento del hambre! ¡Haber producido un ser ella que se creyó durante años y años el centro de lo existente, disfrutando de todas las comodidades , y este pedazo de su vida agonizaba bajo el suplicio de una miseria como sólo la conocen los mayores abandonados!... Nunca pudo imaginarse que la suerte le reservase esta ironía.
Palabra del Dia
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