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Actualizado: 11 de junio de 2025


¡Fuego de Dios! exclamó Quevedo. Idos dijo con impaciencia Dorotea. El tabernero se encaminó á la puerta. Volved lo de afuera adentro dijo Quevedo. El tabernero le comprendió, puesto que quitó la llave del lado de afuera y la puso por el lado de adentro. Quevedo se levantó y echó la llave.

Ramiro se sentaba de costumbre sobre uno de ellos, y pasaba las horas largas mirando hacia afuera, con el codo apoyado en el alféizar. Una de las ventanas, la que abría hacia el nordeste, dominaba casi todo el caserío. Desde aquella altura, Avila de los Santos, inclinada hacia el Adaja y ceñida estrechamente por su torreada y bermeja muralla, más que una ciudad, semejaba gran castillo roquero.

12 mas los hijos del Reino serán echados en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. 13 Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creiste te sea hecho. Y su criado fue sano en la misma hora. 14 Y vino Jesús a casa de Pedro, y vio a su suegra echada en cama, y con fiebre. 15 Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía.

¡Federico! se cogió mi mujer a mi brazo. Pero la situación podía tornarse muy crítica si esperaba a que el animal entrara, y encendiendo la lámpara descolgué la escopeta. Levanté de lado la arpillera de la puerta, y no vi más que el negro triángulo de la profunda tiniebla de afuera.

El ex gobernador no descendía, empero, a confundirse con los ciudadanos; la obra de tantos años de paciencia y de acción estaba a punto de terminarse; el período legal en que había ejercido el mando le había enseñado todos los secretos de la Ciudadela; conocía sus avenidas sus puntos mal fortificados, y si salía del Gobierno, era sólo para poder tomarlo desde afuera por asalto, sin restricciones constitucionales, sin trabas ni responsabilidad.

Luego colgó de ella su ferreruelo, á fin de que no pudiera verse nada desde afuera, y miró si había alguna rendija. La puerta era nueva y encajaba bien. Henos aquí metidos en un paréntesis dijo don Francisco. Lo que es yo, me encuentro en un paréntesis de mi vida.

De todo punto; que cierren bien las puertas exteriores y que las damas, las meninas y las dueñas se retiren también. ¿Y se va vuecencia á quedar sola? Que esperen dos de mis doncellas en la saleta de afuera. Muy bien, señora; Dios buenas noches á vuecencia. Gracias. El gentilhombre salió. Quevedo oyó cerrar las puertas.

La sonrisa de su padre al hablar con los extraños, tratando asuntos de la calle, era de una tristeza profunda y disimulada; se conocía que no esperaba nada de puertas afuera; no creía en los amigos; temía la maldad, muy generalizada; hablaba mucho a los hijos mayores de la necesidad de pertrecharse contra los amaños del mundo, un enemigo indudablemente.

La Muerte rondaba en torno del mísero populacho, como un lobo alrededor del rebaño, siempre vigilante, con las uñas afuera y los dientes agudos. Zarpazo aquí, dentellada allá, la gran enemiga se mostraba infatigable. Siempre había en el hospital más de una docena de camas ocupadas por carne enferma que pedía entre gemidos el auxilio de don Luis.

Echamos perros al moribundo para que el dolor de las mordidas le haga vivir un poco más. Afuera todo eso. ¿No hay remedio? El que mande Dios. ¿Qué mal es este? La muerte vociferó con cierta inquietud delirante, impropia de un médico. ¿Pero qué mal le ha traído la muerte? La muerte. No me explico bien. Quiero decir que de qué... ¡De muerte!

Palabra del Dia

rigoleto

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