Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 17 de junio de 2025


Con el listón, sacándolo y ensortijándolo donde quieras, aunque sea en los círculos del aire, por un oculto sortilegio que no quiero explicarte, él mismo, y por su propia virtud, traza un oasis encantado, mansión afortunada de todos los gustos y placeres, sin que la saciedad ni el fastidio tengan poder para entrar en el mágico cerco de la isla.

Tras un combate habíamos sufrido un naufragio; salvados de éste, nos vimos nuevamente empeñados en una lucha, que fue afortunada, y luego, cuando nos creímos al fin de tantas penas, cuando saludábamos a Cádiz llenos de alegría, nos vimos de nuevo en poder de la tempestad, que hacia fuera nos atraía, ansiosa de rematarnos. Esta serie de desventuras parecía absurda, ¿no es verdad?

La señora de Laroque había seguido con un encanto manifiesto todos los detalles de aquella escena pastoril, que acariciaba deliciosamente sus quimeras; sonreía y soñaba ante aquella afortunada niña de desnudos pies, estaba encantada.

Puesta de pie, recordó el motivo de su visita, hablando de nuevo con aquel tono que revelaba su firme voluntad. Era inútil que buscase á la duquesa. La pobre, después de tantas desorientaciones en su vida, acababa de encontrar el verdadero sendero, el mismo que ella, más afortunada, había seguido en plena juventud. La virgen dolorosa habló con naturalidad del pasado de Alicia. Lo conocía todo.

Operación muy afortunada dijo, combinación muy laudable bajo todos respectos, en que la Naturaleza y la sociedad hallan á la vez las garantías que tienen el derecho de exigir semejantes circunstancias.

Pero he sido tan afortunada, que ansiaba ese casamiento, que ardía en amores por él... que al darle mi voluntad, mi libertad, mi vida, delante de Dios, no era yo quien daba, sino quien tomaba; no era yo quien hacía feliz, sino quien se hacía á si misma dichosa. ¡Cómo! exclamó don Juan.

De prisa, de prisa, gozad de la vida, porque os digo que es corta. Gozad, pues, de la vida a bordo de El Gavilán. Era ya noche cerrada; los faroles que guarnecían los empalletados esparcían una viva claridad sobre el puente del buque, que Kernok había hecho cubrir de mesas para festejar su afortunada presa. A la comida sucedieron las diversiones.

«Oh Roma afortunada, estás enrojecida con la sangre preciosa de aquellos mártires (príncipes cristianos). No por tus esplendores, sino por sus méritos (los de ellos), excedes la hermosura de todo el mundo.» ¿No está aquí claramente acusada la contraposición de la Iglesia primitiva, como potencia espiritual, frente al fausto de las potencias temporales y caedizas? Sin duda, debe de ser magnífico, imponente y maravilloso el aparato y circunstancias de contorno con que actualmente se canta este himno en Roma; pero, ¿qué dirían Boecio y su mujer si levantasen la cabeza? No se impaciente usted, que vuelvo en seguida a mi historia; pero estos preámbulos son esenciales. No le hablaré a usted de las diferentes recensiones, refundiciones y manejos que el Breviario padeció a manos de sucesivos pontífices, porque esto, probablemente, no le interesa, y, aun cuando le interesase, aquí estaría fuera de lugar. Sólo quiero decirle que la segunda edición tipo del Breviario fué publicada bajo Clemente VIII, con el concurso y dirección del cardenal Belarmino. Recordará usted, anoche se lo referí, otro Belarmino, zapatero y filósofo, padre de una chiquilla amiga mía, Angustias. Pues bien: yo no podía por menos de ver en el cardenal Belarmino algo así como la paternidad putativa o adoptiva del Breviario. El nombre de Belarmino aparece con frecuencia, y no me era dado eximirme de esta idea caprichosa. Por otra parte, yo me había enterado que Belarmino, el zapatero, no era padre, en la carne, de Angustias, sino padre putativo o adoptivo.

La de las Maldivas, por ejemplo, es granulosa, dura, grisácea, y no uniforme; la de Sumatra tiene los granos redondos y blancos o amarillentos; la de la Luisiana es gris, y la de las Molucas y Nueva Guinea es roja, blanca o gris. Un árbol del tamaño de éste que acabamos de cortar da unos ocho quintales. ¡Qué afortunada tierra, tío!

Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legítima esposa, quiéreme, a lo menos, y admíteme por tu esclava; que, como yo esté en tu poder, me tendré por dichosa y bien afortunada.

Palabra del Dia

rigoleto

Otros Mirando