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Actualizado: 12 de mayo de 2025
»Mientras llega la ocasión de dársela de palabra, tengo un señalado placer en repetirle que soy de usted verdadero amigo y seguro servidor q. s. m. b. »ADRIÁN P
No, señor. Pues así se llama: Leto... eso es... Y por cierto que el nombre es lo peor que tiene el pobre chico. ¡Lo peor! ¿Y por qué, don Adrián? Porque es feo y hasta un poco... ¿a qué negarlo, qué caray!... Es feo... y raro, vamos.
Ni don Adrián ni don Claudio andaban por allí rato hacía, ni se columbraba alma viviente en diez cables a la redonda de aquellos hermosos sitios que, por lo solitarios y mudos, parecían encantados... Después del paseo El boticario se había puesto ya su gorro de terciopelo, y estaba sentado entre puertas viendo pasar a la gente elegante en dirección a la Costanilla para subir a la Glorieta.
Pero ¿tan corto es de genio, don Adrián? Tan corto o tan... yo no sé, don Alejandro, no sé lo que es.
¡Mira, papá le dijo con entusiasmo volviéndose hacia él , qué acuarelas tan lindas! ¡Con qué facilidad y con qué valentía están hechas! ¡Qué frescura de color!... ¡Ay, don Adrián! añadió mirando al boticario que se derretía de placer con el éxito de aquellas obras de su hijo . ¡Si viera usted lo que cuesta hacer estas cosas! ¡Si supiera usted las fatigas y los años que se pasan para llegar siquiera a la mitad de este camino!
Los demás comensales abrieron paso a la pareja, a la cual siguieron Bermúdez muy complacido, Fuertes algo maravillado, y don Adrián hasta orgulloso con aquel gallardo arranque del empecatado muchacho. El «flash»
Por aquel portillo, es decir, por la dulce e inofensiva lamentación del boticario, salió a plaza, provocada con verdadero interés por Bermúdez, la historia de toda la familia de don Adrián. Al morir la boticaria, catorce años hacía, le quedaban cuatro hijos de los catorce que había tenido en su afortunado matrimonio. De los cuatro hijos, tres eran hembras.
Don Adrián, amarillo y desmoronándose por todas partes, apoyó la frente entre las dos manos cadavéricas colocadas sobre el puño del bastón, y no dijo una palabra.
En esto salió don Adrián con la levita nueva, bastón de caña, sombrero de copa muy alto, y dos dedos de cuello de camisa fuera del corbatín; se arrimó al grupo y saludó muy cortés a los señores; apareció el juez e hizo lo mismo; después Rufita González con su madre; casi al mismo tiempo Codillo y las tres Indianas, y enseguida hasta otra docena más de los notables que habían hecho ya la visita obligada a Peleches.
El año del Señor de 1780 de la era vulgar, salí con el capitan subalterno, D. Adrian Cornejo, del nuevo astillero del Rio de Ledesma, distante de la ciudad de Salta 38 leguas, y de la de Jujuy 26, en compañia de 20 individuos, que era el número de esta fluvial tripulacion: en un barco de ocho varas de quilla y dos canoas; siendo nuestra derrota hasta la ciudad de Corrientes, descubriendo este camino hasta hoy no descubierto.
Palabra del Dia
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