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Actualizado: 25 de septiembre de 2025


Los millones de seres sujetos a su continua revolución gritaban y manoteaban entusiasmados y enardecidos por la velocidad. Jaime, tan pronto los veía subiendo a lo más alto, como descendiendo cabeza abajo; pero ellos, en su ilusión, creían marchar rectamente, admirando a cada vuelta nuevos espacios, nuevas cosas.

De vez en cuando miraba con el rabillo del ojo a su amiga, admirando la bravura de aquella chica, que en lance tan apurado marchaba serena, confiándose en él, y segura de misma. No se oía más ruido que el que ellos hacían al pisar las hojas secas sembradas por el camino y el murmullo lánguido del riachuelo.

Excúseme usted, querida amiga, estoy admirando. Es la primera vez que tengo el honor de venir a casa de la señora de Chanzelles; me pongo, pues, en contacto con lo que me rodea. Es una precaución, para , indispensable; ciertos muebles me son tan antipáticos, que no podría verlos dos veces, y el más insignificante bibelot me abre horizontes sobre el gusto y la calidad del alma de sus poseedores.

Y se lanzó á ser enfermera, admirando el uniforme blanco con su capa azul y su alba toca: algo sencillo y nuevo que sentaba perfectamente á su belleza. Su afán por lucir esta última moda le hacía abandonar muchas veces á los enfermos, paseando en automóvil por el Bosque de Bolonia la blanca túnica con cruces rojas en las mangas y en el pecho.

Por la noche, Sagrario habló a su tío, admirando aquella energía que le impulsaba a aceptar toda clase de trabajos para no ser gravoso a la familia. Estaban en el claustro, apoyados en la balaustrada. Abajo, el jardín obscuro, con sus penachos negros y ondulantes; arriba, un cielo de verano, esfumado por la bruma calurosa, que empañaba el brillo de los astros.

Aresti, llevando al lado á Goicochea en el mullido carruaje del millonario, pasó por varias calles de la Bilbao tradicional, admirando sus tiendas antiguas, adornadas lo mismo que en los tiempos de su niñez. Era igual el olor de zapatos nuevos y telas multicolores fuertemente teñidas. El carruaje comenzó á ascender penosamente por la áspera cuesta de Begoña. Terminaba el desfile de casas.

No anduvieron desacertados en elegir tal oportunidad: ciertamente nunca el ánimo del hombre se halla tan propicio á conceder cualquiera favor, como después de haber comido bien y paseado por un campo delicioso, gozando y admirando á la puesta del sol las hermosas y melancólicas perspectivas de la naturaleza. Aquel día, como los demás, salió el P. Prior á dar su vespertino paseo.

Del Presbiterio al Coro, y de capilla en capilla, fuí recorriendo el templo y admirando las múltiples bellezas que encierra. Como acontece siempre en los recintos históricos, varios guías se ofrecieron a acompañarme, pero yo los rechacé a todos, deseando saborear a solas tanta obra de arte.

La muchedumbre, endomingada, agitábase en torno de las rocas, admirando una vez más las carrozas tradicionales que todos los años salían a luz: pesados armatostes lavados y brillantes, pero con cierto aire de vetustez, luciendo en sus traseras, cual partida de bautismo, la fecha de construcción: el siglo XVII.

Los estómagos, encogidos hasta entonces por la ruda novedad de la navegación, se dilataban con voluptuoso desperezo, admirando en el comedor las prodigalidades del servicio.

Palabra del Dia

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