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Actualizado: 14 de junio de 2025
Decidme, Simón, interrumpió vivamente Roger, la causa de vuestra querella, para ver si ello admite honroso arreglo, antes de que os degolléis como enemigos implacables. El arquero miró pensativamente al suelo y después á la luna. ¿La causa, muchacho? ¿Y cómo quieres tú que yo me acuerde de tal cosa, cuando nuestra disputa ocurrió allá en Limoges hace más de dos años?
No me refiero a los conocimientos de un instante, que eso vendrá después». «Pues serán...» dijo ella pasando un rato muy malo. Vamos, no se asuste usted del número. Pues podrán ser... como unos ocho... Deje usted que me acuerde bien... Basta ya; lo mismo da ocho que doce o que ochocientos doce. ¿Le repugna a usted la memoria de esos escándalos? ¡Oh!, sí, señor... Crea usted que...
Pero, antes que se moviese el carro, salió la ventera, su hija y Maritornes a despedirse de don Quijote, fingiendo que lloraban de dolor de su desgracia; a quien don Quijote dijo: -No lloréis, mis buenas señoras, que todas estas desdichas son anexas a los que profesan lo que yo profeso; y si estas calamidades no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso caballero andante; porque a los caballeros de poco nombre y fama nunca les suceden semejantes casos, porque no hay en el mundo quien se acuerde dellos.
¿María Elvira Funes? repetí. Ningún grado ni ninguna inclinación. La conozco apenas. Y ahora... No, permítame me interrumpió. Le aseguro que es una cosa bastante seria... ¿Me podría dar palabra de compañero de que no hay nada entre Vds. dos? ¡Pero está loco! le dije al fin. ¡Nada, absolutamente nada! Apenas la conozco, vuelvo a repetirle, y no creo que ella se acuerde de haberme visto jamás.
Pues ahora, para que Francisca se acuerde de mi pobre Pura y rece por ella... ¿Me promete usted que rezarán por ella y por mí? Sí, señor: rezaremos a voces, hasta que se nos caiga la campanilla. Pues aquí tengo doce duros, que destino al socorro de los necesitados que no se determinan a pedir limosna porque les da vergüenza... ¡pobrecitos! son los más dignos de conmiseración».
A fines del año 1603 insertó nuestro poeta en el prólogo de su Peregrino un catálogo de las comedias, escritas por él hasta esta época, que califica, sin embargo, de incompleto, aunque no se acuerde de las que faltan, y que, como dice expresamente, no comprende los Autos.
Digo yo, y quiero que me digan, por qué nadie me contesta a esto, ni puede contestarme: ¿hizo Dios dos castas de hombres, por si acaso, una de pobres y otra de ricos?, ¿hizo a unos para que se paseasen, durmiesen, anduviesen majos, y hartos, y contentos, y a otros para sudar siempre y arrimar el hombro a todas las labores, y morir como perros sin que nadie se acuerde de que vinieron al mundo? ¿Qué justicia es esta, retepelo?
Tu madre está loca decía algunas veces a Juanito en la puerta de Las Tres Rosas . Si esto sigue más tiempo, todos iréis a pedir limosna. ¡Ah, qué cabeza...! ¡Parece imposible que sea mi hermana! Para ella lo principal es aparentar, y del mañana que se acuerde el diablo. Lo que yo digo: «arroz y tartana...» y trampa adelante.
Léntulo y Julio, le dan cada cual una limosna. Léntulo da su limosna, solo con el fin de que el socorrido cuando mejore de fortuna, se acuerde del bienhechor, y le favorezca si este lo necesita. La accion de Léntulo no tiene ningun valor moral: al juzgarla se ve una combinacion de cálculo, nó un acto virtuoso.
¡Ah, sí! dijo suspirando la condesa. ¿Pero supongo que no cederéis á la tentación? Necesario es que yo me acuerde de lo que soy y de donde vengo, para no echarlo todo á rodar: ¡escribirme á mí esta carta! Y la condesa estrujó entre sus pequeñas manos la carta que la había devuelto la camarera mayor. ¡Y si este hombre estuviese enamorado de mí, sería disculpable! pero lo hace por venganza.
Palabra del Dia
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