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Dejad, dejad que le pise la cara á esa tía deslenguada... Quiero que se acuerde de toda la vida... ¿Os habéis figurao que voy á dejarme insultar delante de personas regulares por una cualquier cosa á quien he recogido en medio de la calle?...

Mi opinion es que el gobierno, dando una prueba de su confianza en el pueblo y en la estabilidad de su base, acuerde lo que se le pide; y libre á él despues de retirar el permiso cuando vea que se abusa de su bondad. Motivos ni escusas no han de faltar, podemos vigilarles... Para qué disgustar á unos jóvenes que despues pueden resentirse, ¿cuando lo que piden está mandado por reales decretos?

La Princesa clama venganza y se aleja de allí precipitadamente, declarando que, por la muerte de su amante, le corresponde, por juro de heredad, el trono de Trinacria. Alegre Leonido de que nadie se acuerde de él, se queda allí solo, presentándose entonces Marfisa, y sintiendo ambos, al verse por vez primera, tierna y recíproca simpatía.

«Vaya, todo eso es cuento... ¿Piensas que me voy a creer esas bolas?... ¡Como no se acuerde él de ...!, ni falta. lo has de ver. ¡Ay qué chico! Da pena verle... loquito por ti... y arrepentido de la partida serrana que te jugó. Si la pudiera reparar, la repararía. Créetelo porque yo te lo digo. Lo mismo fue verla Mauricia que echarle los tiempos del modo más despótico.

Una señora exclamaba: «¡Ya lo creo que estarían buenas! ¡Que se acuerde de las que comía en casa de su padreOtra decía: «¡Vaya por Dios, señor; yo con estas cosas me mareoMás allá murmuraba una vieja: «¡Qué mundo éste y cuántas vueltas da!» Y todas ellas hacían coro con sus risas maliciosas y sus dichos punzantes á la mímica del jugador, el cual, así que concluyó de representar la escena, volvió á coger la bolsa y dijo como hablando consigo mismo en tono entre compasivo y desdeñoso: «Á esta pobre Laura le sienta el condado como á un Cristo un par de pistolas». Las señoras le miraron con respeto y rieron discretamente este chiste que cerraba la serie de los pronunciados con tal motivo.

No te miro vez alguna Que de su triste fortuna Y próspera no me acuerde: A nadie de vista pierde La envidia, aunque esté en la luna, Aún veo en viles espadas Las cabezas separadas De aquellos ilustres cuellos, Y asidas de los cabellos, En el Alhambra clavadas. Aún corre la sangre aquí, Y aún aquí la envidia aleve Me parece que la bebe. ¡Oh vil Gomel, vil Zegrí! ¿Lloras?

«Suplico á V. M., decía al primero, se acuerde de lo que por su grandeza y benignidad me tiene ofrecido tocante á la redención de mi mujer é hijos y á la restitución de mis bienes... Ya es llegada la hora y coyuntura de mostrar V. M. su natural de piedad en el caso más piadoso destos siglos, en el cumplimiento de su palabra real... Habrá V. M. hecho una obra en gracia del cielo, en gloria suya con las gentes, en mérito para con Dios... Porque el Rey de España pensaría que aquellos artículos y promesas habían sido ceremonia, y lo recibiría como por seguro y permisión de la ejecución de mi perdiciónAvisábale que Felipe II había de poner por condición en el tratado el indulto del Duque de Aumale, refugiado en Bruselas, y que nada más natural que estipular en cambio el suyo.

El espacio, segun Newton, está íntimamente presente al cuerpo que contiene, y está comensurado con él; ¿se sigue por ventura de esto, que el espacio perciba lo que pasa en el cuerpo y que se acuerde de ello cuando el cuerpo se ha retirado?