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¿Le gusta a usted el teatro? Eso , sobre todo los dramas en que hay cosas que la hacen llorar a una. ¡Ave María Purísima!... Esas obras en que sale aquello de «¡hijo mío!... ¡padre mío!...». Esas, y otras en que hay pasos de mucha aflicción, y sacan las espadas, y se desmaya una actriz porque le quitan el hijo.

Más claro, veo en ese refinamiento un coquetismo, una ridiculez, y creo que la ridiculez y la coquetería no son un homenaje tributado al público, ni á la actriz, ni á la mujer. El tenor se retiró haciendo cortesías exageradas, y ella quedó en la escena inclinada hácia el público, como la red que baja al fondo para rastrear algo. La actriz no se engañaba; el público aplaudió.

Chalonette levantóse á felicitar calurosamente á la gentil actriz, y ella, secundando los planes taimados de su director, pareció encantada con la conversación espiritual del alguacil. Todas las tardes Mr. Chalonette acudía á los ensayos, y tan grande era su afición, que llegó á tomar parte en ellos, con lo que Alejandro Bissón dejó de temerle; el terrible representante de la ley estaba vencido.

Comprendiendo el señor de Maurescamp que el caso era de los más graves, viose obligado a poner en den sus negocios. Juana no quiso ver a nadie; se supo únicamente por su camarera que había pasado la noche paseándose de uno extremo a otro, y hablando en voz alta «como una actriz».

Es la actriz universal declara su biógrafo Mirecourt, á cuyo genio se avienen todos los papeles, como á su cuerpo se acoplan todos los trajes. Este rasgo último constituye el mérito capital de su arte.

No era hombre el abate que tuviese entrada en casa de la tal primera actriz, que solo recibia sugetos del mas fino trato. Está ocupada esta noche, respondió; pero tendré la honra de llevar á vm. á casa de una señora de circunstancias, y conocerá á París allí como si hubiera vivido en el muchos años.

Quedamos, pues, que si la «primera actriz» es elegante y gallarda, la «segunda» deberá serle inferior, aunque no con exceso, ya que lo más seguro es que el corazón veleidoso del protagonista vacile entre ambas, y necesario será justificar estos momentos de indecisión sentimental.

Reichenberg era la única que le animaba; ni un instante, en el tráfago enervante de los ensayos, decayó su fe; la exquisita actriz, confiada y alegre, sostuvo la voluntad, ya vacilante, de Rostand, y le infundió ánimos para llegar al estreno.

La simpática y encantadora actriz posee en toda su persona vencedor y misterioso atractivo; con él y por él seduce y hechiza, como si fuera más hermosa que la Venus de Milo; se viste con lujo, esmero y gracia admirables, y su voz es argentina y simpática y tiene matices, inflexiones y tonos propios para expresar toda pasión y todo sentimiento: la ternura amorosa, los celos, la soberbia y la ira.

El tono en que se dirigía a ella ya no era el humilde y cortesano del principio: corregíala a menudo en la manera de decir, señalábala las actitudes y el gesto que debía adoptar, y a veces, cuando la actriz no comprendía bien sus deseos, llegaba a dirigirla públicamente palabras severas y miradas más severas aún. Nuestro poeta tronaba y relampagueaba ya como amo y señor.