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Actualizado: 25 de junio de 2025


Era una mujer de un gran atractivo; parecía una emperatriz romana. Después he visto la estatua de Agripina en el Museo del Capitolio, en Roma, y me acordé de ella. Por lo que yo pude comprender, sentía por su marido un desprecio inaudito. Se consideraba completamente emancipada.

Parecía que todos llevábamos luto. ¡Ya ves: ocurrir esto en la catedral, aquí, donde pasan los años en santa tranquilidad, sin que nos digamos una palabra más alta que la otra...! Yo me acordé entonces de ti.

Sentí al entrar al comedor una leve palpitación del corazón, la que desapareció tan pronto como me acordé de mi juramento de la víspera. Me le acerqué, serena, mirándolo de frente, y le extendí la mano. ¿Marta duerme todavía? pregunté.

No consentía que se hiciera pausa en nuestra conversación. Me acordé entonces de la sonrisa de Villa cuando le hablé de ella y empecé a explicármela. Observando mi distracción, me dijo: ¿Qué es eso? ¿Repara usted en la seriedad de Villa? Siempre le pasa igual. En cuanto llega Isabel, concluyen las guasitas. Se queda con una cara larga, larga, que da pena mirársela...¡Pobrecillo!

dirás que qué tiene que ver... Es claro, nada; pero vete a saber cómo se enlazan en el pensamiento las ideas. Esta mañana me acordé de lo mismo cuando pasaban rechinando las carretillas cargadas de equipajes. Anoche me acordé, ¿cuándo creerás? Cuando apagaste la luz. Me pareció que la llama era una mujer que decía ¡ay!, y se caía muerta.

Se adelantó hácia nosotros, y el vientre caminaba dos ó tres palmos delante de ella. Yo me acordé del célebre soneto de Quevedo que principia: Erase un hombre á una nariz pegado, porque, en efecto, la situacion era muy semejante; aquí se trata de Una mujer pegada á una barriga.

Antes de que acabáramos de comer, supimos por Facia que el enfermo había vuelto a dormirse y que «el trapeu de la nieve iba tan a más, que daba gustu». Yo me acordé de la ausencia de don Sabas y de la falta que hacía al lado de mi tío, y no recibí la noticia con tanto placer como el que sentía la madre de Tona al dármela.

No veo la necesidad interrumpió Blanca que, después de dar precipitadamente el último acorde, había abandonado el instrumento de su suplicio y venía a tomar parte en la conversación. Desgraciadamente, no tienes voz en el capítulo, hermanita. Ni tampoco. Testigo miss Dodson, a la que no podías sufrir. Lo confieso. ¿Y usted, señorita?

Me miró maliciosamente y lanzó una carcajada, sin hacer caso de la cara hosca que ponía su hermana. Pues mira que muchos han maldecido antes de ahora a esos Elsberg pelirrojos refunfuñó la buena mujer; y yo me acordé en seguida de Jaime, cuarto conde de Burlesdón. ¡Pero nunca los ha maldecido una mujer! exclamó la moza.

Por espacio de algunos meses vivió en un estado febril; apenas comía, apenas dormía; tan profundamente distraído, que se le olvidaban los menesteres más corrientes de la vida. Si Carlota no le vigilase saldría a la calle con las botas rotas o sin corbata. Hablaba poco y no siempre acorde. Algunas veces Miguel y Carlota iban a visitarle al taller.

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