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El profesor y él eran los únicos acompañantes con traje civil; pero aquellos muchachos heroicos y amables le obligaban á presidir el duelo, por ser coronel y compatriota del difunto. Describió el cementerio de Beausoleil, á media falda de la montaña en cuya cumbre está La Turbie.

Los del gobierno municipal le acompañaron en su ascensión, mientras toda la escolta avanzaba por las tres patas de la mesa que se mantenían intactas. Flimnap presentó sus acompañantes á Gillespie; y como éstos no entendían el inglés, le pudo recomendar al mismo tiempo que fuese prudente. Estos señores se contentan con que permita usted el registro de sus bolsillos.

Y firme en su ceguera de madre, que hacía caer toda la responsabilidad de los actos del espada sobre sus acompañantes, siguió increpando al Nacional. Ya le diré a tu mujer quién eres. La probesita matándose en su tienda, del amaneser a la noche, y yéndote de juerga, como un chaval. Debías tener vergüensa... ¡a tus años! ¡con tanto chiquiyo!...

Por siempre, contestaron de adentro, y la puerta se abrió toda con ímpetu. Y añadió: ¿Qué hay ahora, P. Cándido? ¿No le tengo dicho que haga y deshaga en la biblioteca lo que estime conveniente? ¿Ó es que se ha propuesto freirme la sangre á puras consultas? ¿Y qué nueva pejiguera traen esos acompañantes que parecen estatuas?

No le impidió esto ponerse en camino á la temprana hora que había fijado la víspera, y dejando en Aiguillón el curso del Garona, tomó con sus cuatro acompañantes por la orilla del Lot, no ya en dirección de Montaubán sino de Villafranca, por donde, según noticias recogidas en el camino, andaban sueltos unos arqueros ingleses más malos que Caín y que desde luego supuso eran los mismos á quienes buscaba y de quienes era capitán.

Como hombre de rancia progenie, estaba muy relacionado en toda la provincia, aunque se pasaba años y años sin salir de su aldea; y como elector de empuje, era uno de los más mimados del distrito. De aquí la intimidad que parecía haber entre él y los acompañantes de don Simón. Todos eran veteranos del mismo ejército.

Le placía estar a sus anchas en el cortijo. ¿No era el amo?... Y saltando de un pensamiento a otro con su incoherente ligereza, se encaró con los acompañantes. ¿Qué hacían sentados, sin beber, sin hablar, como si estuviesen velando a un muerto?... Vamos a ver esas manitas de oro, maestro dijo al tocador que, con la guitarra sobre las rodillas y la mirada en alto, se entretenía haciendo arpegios.

Fuesen los vencedores unos ú otros, se acordarían de él para tributarle honores casi divinos, como lo prometía Ra-Ra, ó para obligarle á trabajar y darle mal de comer, como venía haciéndolo el gobierno de las mujeres. Al despertar en la mañana siguiente, se vió completamente solo. Todos sus acompañantes habían huído. Esta soledad inquietó al Hombre-Montaña.

Llegaron á la rue de la Pompe, y al entrar en la casa se despidió Tchernoff de sus acompañantes para subir por la escalera de servicio. Desnoyers quiso prolongar la conversación. Temía quedarse á solas con su amigo y que resurgiese su mal humor por las recientes contrariedades. La conversación con el ruso le interesaba. Subieron los tres por el ascensor.

Delante se lleva el tabernáculo, seguido de la grandeza de España y de los diversos consejos, mezclados en desorden este día, para evitar disputas de preeminencia. Con los primeros acompañantes se observan también máquinas gigantescas, esto es, figuras de cartón, que se mueven por los esfuerzos de hombres ocultos en ellas.