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Actualizado: 28 de mayo de 2025


A las pocas más vueltas que dimos acerté a ver a las monjas, a quienes acababa de dejar el padre Talavera, y me despedí para acercarme a ellas. Vaya usted con Dios me dijo con un acento donde creí advertir cierta burla. Al mismo tiempo observé que se fijaba descaradamente, deteniendo el paso para ello, en la hermana San Sulpicio.

He notado sin embargo, algunas leguas mas abajo de Exaltacion, en medio de un bosque situado á poco trecho del rio, una pequeña colina aislada en el llano, á la que no pude acercarme; pero me aseguraron que se componia de piedra arenisca desmoronable, análoga tal vez á la piedra arenisca carbonífera.

El único signo que advertí de su emoción fue cuando le di la mano al acercarme. ¡Qué encarnada se puso la pobrecita! Moreno continuaba sonriendo con la misma condescendencia, mientras su amigo se desahogaba tan fogosamente. Al cabo le atajó. No te forjes muchas ilusiones por eso del rubor ni te subas al trípode. El rubor es un fenómeno muy prosaico, querido.

Volví a nadar lentamente, y a tres pasos vi una sombra; era el enorme cilindro que saliendo de la ventana llegaba a flor de agua. Su diámetro era, aproximadamente, doble que el cuerpo de un hombre. Iba a acercarme más, cuando divisé al otro lado del tubo la proa de un bote. Mi corazón latió con violencia y permanecí inmóvil.

Afortunadamente estábamos ya cerca de casa, y no tardamos en llegar. De otra suerte, mi papel no hubiera sido muy airoso. Por la tarde, en el paseo, volvió a acompañarlas, y yo me sentí por ello fuertemente mortificado. Tanto que me retraje de acercarme, y crucé varias veces a su lado, haciéndome el distraído para no saludarlas. Debió presentar mi fisonomía un aspecto más que sombrío, feroz.

Una o dos veces, al acercarme a su lecho, el infeliz me conoció, y para darme las gracias me tendió trabajosamente la mano, una manaza rasposa y tan ardiente como uno de aquellos ladrillos sacados del fuego. ¡Triste velada!

Al acercarme se detuvieron, me miraron de pies a cabeza como a un animal curioso y, tan pronto como les di la espalda, detrás de cuchicheos y risas ahogadas. Me invadió un calofrío al observar esa curiosidad malevolente de aldea. Me sentí aliviada cuando vi alzarse frente a las torres de la puerta.

Además, yo iba a la cita sin guitarra ni capa, sólo con un junquillo en la mano y vestido de sencilla e inofensiva americana. Nada de brioso corcel tampoco, negro, tordo o alazán. Sobre las propias y míseras piernas, que por cierto me temblaban demasiadamente al acercarme a las ventanas de la casa. En una de ellas vi blanquear un bulto, y me aproximé hasta tocar en las rejas.

Sus ojos enrojecidos y fatigados brillaban en el fondo de las órbitas; sus labios apretados revelaban amargura e irritación. Allí estaba, petrificado en un dolor mudo. El deseo de acercarme a él me sacudió como un calofrío de fiebre. Pero, cuando quise levantarme, sentí como dos manos de hierro que pesaban sobre mis hombros y me hicieron caer de nuevo en mi asiento.

Al acercarme al palenque, ya pude contar cuántos me habían precedido en la llegada y hasta saber quiénes eran: allí estaban sus caballos a modo de tarjeta de visita.

Palabra del Dia

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