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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Entonces sintió junto á sí los pasos de alguien que andaba por el dormitorio; sintió que aquellos pasos se acercaban á ella; sobrecogióla un pavor mortal; ni tuvo voz para gritar, ni para moverse; pero á pesar de aquel terror, oyó clara y distintamente una voz alterada, de entonación fingida, que dijo muy cerca de ella: Si queréis que nadie sepa vuestros secretos, noble duquesa, guardad vos un profundo secreto acerca de lo que habéis visto y oído esta noche.
Momentos después todo era movimiento y confusión; hombres que se acercaban apresuradamente, sombrero en mano, y partían con no menor celeridad; otros que me conducían al restaurant de la estación, jinetes que salían a escape con dirección a los cuarteles, a la catedral, a la residencia del duque Miguel.
Sí; seguramente vienen de poner parapetos detrás del pinar para defender los cañones añadió Frantz. Escucharon otra vez; los pasos se acercaban. Tú mismo no sabes qué hacer con esos tres prisioneros decía Hullin con brusquedad ; pero puesto que vas a volver esta noche al Falkenstein para traer municiones, ¿por qué no te los llevas? ¿Y dónde los meto? ¡Pardiez!
Estos me parecia que circulaban por aquellos salones, y que sus sombras magestuosas se acercaban á su excelsa nieta la señora Doña Isabel II, y le dirigian voces tan dulces como provechosas.
Los religiosos de entonces, queriendo fundar su dominio en el pueblo, se acercaban á él y con él formaban causa contra los encomenderos opresores. Naturalmente, el pueblo que los veía con mayor instrucción y cierto prestigio, depositaba en ellos su confianza, seguía sus consejos y los oía aun en los más amargos días.
Cisnes, patos y ánades bogaban, aquéllos con su acostumbrada fantástica suavidad, balanceando el largo cuello, éstos graznando desapaciblemente, todos con rumbo a la orilla apenas Lucía y Pilar se acercaban, en demanda de mendrugos de pan, que engullían atragantándose y alzando al aire la cola . La isleta y el pino que en ella crecía lanzaban a la superficie del estanque misteriosa sombra.
La tapia del cementerio se destacaba en la claridad plomiza del cielo como una faja negra del horizonte. No se veía nada distintamente. Los cipreses, detrás de la tapia, se balanceaban, parecían fantasmas que se hablaban al oído, tramando algo contra los atrevidos que se acercaban a turbar la paz del camposanto. En la puerta se detuvo el cortejo. Hubo algunas dificultades para entrar.
Las facciones de aquel rostro se acercaban al canon griego y casaba muy bien con ellas la dulce seriedad de la fisonomía. En esta figura larga, pero no sin gracia, espiritual, no flaca, solemne, hierática, todo estaba mudo menos los ojos y la dulzura que era como un perfume elocuente de todo el cuerpo. Era la doncella de doña Paula, Teresina. Dormía cerca del despacho y de la alcoba del señorito.
En todos los hombres que se le acercaban creía reconocer a don Diego; en todas las mujeres a la señora Chermidy. Sus discursos confusos eran una mezcla de frases de cariño y de imprecaciones. A cada momento preguntaba por su hijo. Le presentaban al pequeño marqués y lo rechazaba con disgusto diciendo: «No es éste. Traedme a mi hijo mayor, al hijo de esa mujer.
Y al ver que se acercaban entre sombras, les preguntó: ¿Sois vosotros? Sí; nosotros somos. ¿No tenéis nada? No. La voz del cazador, que era sorda al principio, ahora temblaba, y quedamente añadió: ¡Nos hallamos otra vez los tres reunidos! Y el cazador, del que no podía decirse que era nada cariñoso, besó a sus hijos con frenesí, lo cual sorprendió a éstos sobremanera.
Palabra del Dia
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