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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Así que, apenas saltó en tierra delante de la puerta, acometida súbito de un vivo e irresistible anhelo, volvió a montar apresuradamente, diciendo al cochero: A casa de mamá. Le abrió el sereno la puerta exterior: la del piso el criado que había estado velando y que aguardaba la salida del señorito para irse a costar. ¿Dónde está mamá? En las habitaciones de adelante con el señorito Emilio.

Y ved aquí un banquero que pasaba horas largas limpiando metales, quitando el polvo, haciendo recorrer tejados y chimeneas, y cobrando, por ayudar al administrador, los recibos de inquilinato de las muchas casas que el marquesado de Aransis posee en Madrid. Estaba una mañana el buen hombre en el patio, cuando se abrió la puerta y aparecieron tres personas.

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo:

Este y otros términos que se dicen a los niños les hacían reír cada vez que los pronunciaban; pero la confianza y la soledad daban encanto a ciertas expresiones que habrían sido ridículas en pleno día y delante de gente. Pasado un ratito, Juan abrió los ojos, diciendo en tono de hombre: «¿Pero de veras que vas a tener un chico?...». Chí... y a mimir... ro... ro...

Hablando así la dama abrió la puerta y con la claridad indecisa que de la escalera venía pudo Salvador verla y advertir que parecía dispuesta a salir también.

Cerró con furia; pero la niña había corrido hacia la salida, y la puerta le cogió la mano. Oyose un grito desgarrador. La valenciana abrió otra vez la puerta, dio un fuerte empujón a la criatura que la hizo caer al suelo, y echó la llave. La cueva era un calabozo húmedo y negro donde sólo penetraban algunos tenues rayos de luz por un ojo de buey abierto en lo alto.

Todo este asunto se presentaba en tales condiciones de misterio que se apoderó de una impaciencia febril y sin cuidarme de lo que pudieran pensar mis compañeros, di un paso para abrir aquella puerta que de modo tan singular acababa de cerrarse y penetrar en el cuarto tocador, cuando la puerta se abrió y dió paso á Jenny Hawkins. La artista se adelantó sonriente y con mirada segura.

Parándose después delante de su pobre amigo, le dijo: Partid, Stein. Stein se levantó, apretó entre sus manos las del duque; ¡quiso hablar, y no pudo! El duque le abrió sus brazos. Valor, Stein le dijo ; y hasta la vista. ¡Adiós, y... para siempre! murmuró Stein, arrojándose fuera del cuarto. Cuando el duque estuvo solo, se paseó largo rato.

Debía haber ocurrido algo muy grave, muy grave, para un rompimiento tan completo, tan definitivo, que parecía ser eterno; porque ella, desde que abrió los ojos, recordaba haber visto siempre las cosas así. ¿Sabes, Agapo, cuál ha sido la causa?

Raquel, por toda respuesta, la miró con expresión de cansancio y de disgusto; y se marchó después de arrojar dos cartas sobre una mesita. Adriana quedó pensativa por largo rato, jugando con las cartas. Después abrió una, que era de Muñoz y la leyó rápidamente. Se trataba de un ultimátum.

Palabra del Dia

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