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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Para que yo no hubiese tenido ansiedad, para que yo hubiese estado tranquila. ¡Ah! El no saber de mí... Hubiera sido una infame si no me hubiera interesado la suerte de usted. Le amo a usted como amaría a mis padres... y mire usted... Y Amparo se levantó y abrió la puerta de un gabinete. Allí no entra nadie más que yo, dijo.
Una sonrisa amarga se dibujó en los labios de Aldama. ¿Tú también quieres irte? ¡Anda, anda, marcha cuando quieras! Se dirigió a la puerta y la abrió. El perro se precipitó raudo por la escalera. Tristán volvió al salón y entonces, sí, quedó enteramente solo.
No había nadie que la auxiliase. No había siquiera agua. Alzó la cabeza del joven, la puso sobre su regazo, le dió aire con su sombrero y le hizo oler un pomito con perfume que traía. Al cabo de pocos minutos abrió los ojos: no tardó en ponerse en pie. Estaba avergonzado de su flaqueza. Clementina se mostraba con él afectuosa y compasiva.
1 Y cuando él abrió el séptimo sello, fue hecho silencio en el cielo como por media hora. 2 Y vi siete ángeles que estaban delante de Dios; y les fueron dadas siete trompetas. 3 Y otro ángel vino, y se paró delante del altar, teniendo un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso de las oraciones de todos los santos para que los pusiese sobre el altar de oro, el cual está delante del trono.
Se puso en pie y abriendo la puerta cuchicheó un instante con Jacoba, que estaba fuera de centinela. Al cabo de pocos minutos la obesa medianera abrió otra vez la puerta cautelosamente y les entregó la niña dormida. Amalia se sentó, haciéndola descansar en su regazo.
Y acaso su excelencia la traiga una buena noticia, dijo doña Inés. Pues, avisémosla. Avisémosla. Id vos. No, vos. Cualquiera. Y doña Inés se levantó, abrió las vidrieras, y de puntillas se acercó al lecho, y dijo casi al oído de su señora: La escelentísima señora camarera mayor de su majestad, quiere veros, señora.
5 El Señor DIOS me abrió el oído, y yo no fui rebelde; ni me torné atrás. 6 Di mi cuerpo a los heridores; y mis mejillas a los peladores; no escondí mi rostro de las injurias y esputos. Acérquese a mí. He aquí que todos ellos como ropa de vestir se envejecerán; los comerá polilla.
A los cinco minutos Emma abrió los ojos desmesuradamente, y con una tranquilidad fría y perezosa, dijo, en una voz apagada que horrorizaba siempre a Bonis: Hueles a polvos de arroz. En las novelas románticas de aquel tiempo usaban los autores muy a menudo, en las circunstancias críticas, esta frase expresiva: «¡Un rayo que hubiera caído a sus pies no le hubiera causado mayor espanto!».
Y la Comadreja se dedicó a arrullar al infante mientras Amparo se sepultaba otra vez en un sopor que le dejaba el cerebro hueco, la cabeza vacía, anonadando su pensamiento y haciéndola insensible a lo que pasaba en torno suyo. Los pasos de Chinto la llamaron a la vida otra vez. Abrió los ojos, que, en la palidez amarillosa de su morena cara, parecían mayores y azulados.
Cuando el cuadrillero tal oyó, túvole por hombre falto de seso; y, porque ya comenzaba a amanecer, abrió la puerta de la venta, y, llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen hombre quería.
Palabra del Dia
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