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Actualizado: 18 de junio de 2025


Sin lengua, ¿qué sería, Andrés, de los chismosos, canalla tan perjudicial en cualquier república bien ordenada? ¿Qué de los abogados? Ni existiera sin lengua la mentira, ni hubiera sido precisa la invención de la mordaza, ni entrara nunca el pecado por los oídos, ni hubiera murmuradores ni bachilleres, que son el gusano y polilla de todo buen orden.

Además, nada le costaba a aquella buena señora de Madrid librarle la vida; era asunto de echar una firmica. Y a todos los enterradores oficiales que por curiosidad o por deber le visitaban, abogados, curas y periodistas, les preguntaba, tembloroso y suplicante, como si ellos pudieran salvarle: ¿Qué les parece? ¿echará la firmica?

Y entonces fue cuando el señor Fermín, valiéndose de su influencia con los Dupont, hizo a Rafael aperador del cortijo de Matanzuela, propiedad del sobrino del difunto don Pablo. El tal Luis había vuelto a Jerez hecho un hombre, después de una continua peregrinación por todas las universidades de España, buscando catedráticos de manga ancha que no tuviesen empeño en malograr futuros abogados.

Pablo Aquiles era un bendito de Dios. Entregado, por completo, al amor de su mujer, dejaba el gobierno de la casa en manos del cuñado, que mandaba en jefe; éste pagaba las cuentas, recibía los criados, hacía y deshacía, sin consulta ni apelación. De la testamentaría iniciada, era él el albacea, y se entendía con abogados, procuradores y escribanos.

Su padre consideraba indigno del mayorazgo de la casa de Montesinos el escribir un pedimento o trazar una carretera: a los abogados los llamaba curiales, a los ingenieros canteros, a los profesores maestrillos. La milicia le agradaba, pero sus ideas tradicionalistas le impedían mandar a su hijo a servir a un gobierno liberal.

Ambos han resultado filósofos, médicos, abogados y buenos oficiales o maestros en casi todos los oficios; pero en verdad, ambos eran ingenios legos, y Shakspeare más que Cervantes, si bien todo lo sabían por penetración, por viveza de ingenio, por agudeza y perspicacia en la serena mirada para observarlo, abarcarlo y comprenderlo todo a primera vista.

Ella, por su parte, hablaba del pleito, la gran empresa de su vida, con todas las vehemencias del interés material y del odio. Pasaban por su boca adorable palabras curialescas, términos del procedimiento, aprendidos con pronta asimilación en sus conferencias con los abogados. El triunfo era seguro, pero habría que esperar un poco.

Tras esto suelen poner en dudas sus esperanzas á los príncipes cuyos ánimos tienen ya penetrados, diciéndoles que tienen escogidos medios para conseguir sus intentos, y que tengan efecto sus pensamientos; pero cuando ya ellos han sacado su interés propio, considerando que la demasiada grandeza de aquel príncipe les pudiera ser algun dia de perjuicio y daño, alargan lo mas que pueden la práctica de aquel negocio, como hacen los abogados en los pleitos, y despues con destreza y maravilloso artificio, volviendo la hoja, deshacen y arruinan totalmente aquel negocio al cual ellos habian dado principio.

Razonamientos puramente humanos, sutilezas, sofismas engañosos, cuestiones frívolas e impertinentes, esto fué lo que vino a formar el gusto dominante de estas escuelasSi queréis penetrar un poco más en el espíritu de libertad que daría esta instrucción, oíd al deán Funes todavía: «Esta Universidad nació y se creó exclusivamente en manos de los jesuítas, quienes la establecieron en su colegio llamado Máximo, de la ciudad de CórdobaMuy distinguidos abogados han salido de allí, pero literatos ninguno que no haya ido a rehacer su educación en Buenos Aires y con los libros europeos.

Todos contaban que en una de las salas del tribunal acababa de suicidarse un acusado; se oía ruido de cadenas y de fusiles. Un dulce calor reinaba en todo el edificio, y se estaba allí divinamente. En una de las salas, la animación era grandísima: un proceso pintoresco atraía mucha gente. Los jueces, los jurados, los abogados estaban ya en sus puestos.

Palabra del Dia

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