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Actualizado: 15 de julio de 2025
Mirando vagamente, ya aquí, ya allí, siente de pronto que alguno le tira de la capa: se vuelve, y observa un vendedor de naranjas que, inclinándose hacia él entre dos espectadores, le dice al oído que aquella dama que golpea con el abanico las rodillas, ha tenido un verdadero placer en ser testigo de su valor en la disputa sostenida antes, y que hará bien en comprarle por su amor una docena de naranjas.
Inquieta y parlanchina, mantenía un verdadero telégrafo de saludos con todo el teatro; con los palcos, con la cazuela, con la platea; a todos conocía, a todos saludaba francachonamente con el abanico.
Pero era uno de esos hombres que son ya maduros a los veinte años, y Raúl, que se creía más joven, no tomó la frase por un cumplimiento. En fin, una noche, creyó oír a la marquesa de Luchessi pronunciar detrás del abanico el epíteto de «Viejo verde». ¿Iba él a representar el papel del tío Neris o tendría que resignarse a desistir de todo?...
Y al decir Currita: «Habla tú», dio un golpecito con la punta de su abanico en el hombro del marqués de Villamelón, su caro esposo.
Aleteaban lo mismo que enormes libélulas; abríase su tropa en varias direcciones formando abanico, y así volaban a gran distancia a ras del Océano, trazando sobre él restos y sutiles surcos, hasta que el cansancio de la fuga los obligaba a sumergirse otra vez.
Se hace un ligero silencio, durante el cual se oye el ruido del abanico al chocar contra el imperdible del pecho. Y de pronto suena otra vez la voz de este señor del traje claro. Ya no es dulce la voz ni los gestos son blandos; ahora la palabra parece un rumor lejano que crece, se ensancha, estalla en una explosión formidable.
No hay duda de que es cierto, hijo mío. Ten resignación y no nos des un disgusto. Cuidado con el suicidio. ¿Yo? dije afectando indiferencia. Toma, toma aire, que te incendias por todos lados me dijo agitando delante de mí su abanico . Don Rodrigo en la horca no tiene más orgullo que este general en agraz. Cuando esto decía, sentí la voz de doña Flora y los pasos de un hombre.
Después de adquirir un abanico no pudo resistir a la tentación de comprar un imperdible. ¡Cayó en la cuenta de que le hacía tanta falta!... Incapaz de calcular las mermas de su nada abundante peculio, vio en los Diamantes Americanos ciertos pendientes que, una vez puestos, habrían de parecer como nacidos en sus propias orejas.
El comandante parecía un director de teatro preparándose á mostrar algo extraordinario. Colocó sobre la mesa un enorme papel que reproducía todos los accidentes de la llanura extendida ante ellos: caminos, pueblos, campos, alturas y valles. Sobre este mapa aparecía un grupo triangular de líneas rojas en forma de abanico.
Cuando al cabo de un rato largo levantó la cabeza, el susto que recibió le hizo dar un salto en la silla. D. Álvaro se estaba muriendo. Tenía la boca abierta y recogía en silencio el aire, que ya no bastaba a mover sus deshechos pulmones. ¡D. Álvaro! ¡D. Álvaro! le gritó, sacudiéndole. No respondió. El P. Gil cogió el abanico que estaba sobre la mesa de noche y se apresuró a darle aire.
Palabra del Dia
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