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Actualizado: 15 de julio de 2025


Es así como fue tomando la costumbre de informarle de las visitas que pensaba hacer, de las casas donde podría hallarla; y hasta le indicaba las horas en que la encontraría sola en su casa; en los bailes, como él no bailaba, le reservaba algunos bailes sentados, es decir, las ocasiones a solas, tras del abanico, bajo la sombra de un cortinado o de una palmera en el invernáculo.

Ahora, niña, toma uno mío, otro de Pepa, y otro de Rodolfo. De Rodolfo hay uno que no quiero darte, uno que ya conoces, de cuando era chiquito, uno en que está jugando con un aro.... Ese no. De los demás el que quieras. Después le regaló unos pañuelos de seda y un abanico de laca. Este abanico no es de moda, lo bien, pero dicen que es una pieza de mucho mérito, legítima de China.

Había grupos curiosos y dignos de examen, ofreciendo el andén de la estación de León golpe de vista muy interesante para un pintor de género y costumbres. Ni más ni menos que en los países de abanico cuyas mitológicas pinturas representan nupcias, se notaba allí que el séquito de la novia lo componían hembras, y sólo individuos del sexo fuerte formaban el del novio.

Dos hombres apoyados uno en otro marchaban invisibles bajo un caparazón que imitaba el pellejo coriáceo de un elefante, moviendo entre las mesas la trompa serpentina del monstruo y sus orejas de abanico.

Todo estaba aún sin arreglar, el gabinete como una leonera, la alcoba lo mismo... Cuando Refugio acabó de tomar su café y Celestina empezaba a poner algún orden en el gabinete, Rosalía, no pudiendo refrenar su impaciencia, cerró con estrepito el abanico... «Debe de ser muy tarde. Las tres menos cuarto quizás».

Teresa gimoteaba tras el abanico, y doña Manuela, a pesar de su curiosidad, en fuerza de mirar a la plaza acabó por distraerse. Comenzaban los preparativos de la procesión.

Todas las niñas tienen algo de usted: una postal, un verso lindo en el abanico. Y yo no tengo nada... Diga, señor, ¿es que le soy antipática? Mientras hablaba se había sentado en un sillón al lado de Fernando. Al principio mantúvose erguida; pero lentamente se recostó, hasta quedar con las piernas horizontales, mostrando su adorable bulto a través de la angosta falda.

Entretanto, el oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y el horizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk cruzó las patas delanteras y sintió leve dolor. Miró sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado un pique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente el dedo enfermo. No podía caminar exclamó, en conclusión.

La bella castellana, de tez pálida y fina, cejas arqueadas, ojos severos y andar aristocrático, sacude el abanico con una gracia inimitable, y lleva la mantilla medio caida con la majestad que una reina su manto.

Volvió la rubia a contar el varillaje de su abanico; cerrole de pronto con estrépito; incorporose de un salto; rodeó con sus brazos el cuello de su miga, y la dijo al oído un secreto. ¡Pobrecillo! exclamó la otra, en cuanto Sagrario volvió a sentarse, abriendo el abanico con las dos manos y poniéndose también a contar el varillaje con los ojos un tantico cobardes.

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