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Actualizado: 15 de junio de 2025
Volvió a contar las varillas de su abanico Verónica; calló también Sagrario, mirando el paisaje del suyo; y dijo a poco rato la primera, acaso por mudar de conversación, quizás porque realmente deseaba ver a su amiga apurar la materia a que se referían sus palabras: Volvamos un momento al caso aquel de tu teoría sobre... ¡Hola!... ¿Si te habrá caído en gracia? Se me ocurre un reparo que ponerte.
No hubiera salido hoy, si no fuese por la Octava de San Hilario.... Pero ni aun la Octava estuvo a mi gusto; faltó muchísima gente de la que acostumbra alumbrar.... ¿Sabéis porqué? No dijo maquinalmente Josefina. Sí declaró Baltasar , porque fueron a esperar al muelle a los delegados de Cantabria. Los delegados... ¿de qué? preguntó Josefina jugando con el abanico.
Por un lado, la entrada del puente tiene como obstáculo el enorme abanico de raíces arrancadas y el montón de tierra y piedras que llenan los intersticios; y por el otro, las ramas enlazadas y las astillas obstruyen el paso.
Después hablaba con tristeza de la tierra en que vivía. Inmensos campos cuyo término perdíase en el horizonte; surcos que se juntaban y confundían a lo lejos como las varillas de un abanico, sin que ningún límite los cortase. Cuanto se abarcaba con la vista, tierras llanas o colinas, bancales labrados o manchones para el pasto, todo era de un amo.
¿Ella? repuso Lola . ¡Ah!, todas las noches, al recibir el ramo, le contesta lo mismo, invariablemente: Jrasiás, señor duque, trop amable. Redoblaron las carcajadas. Hasta la condesa se sonreía, con el abanico abierto delante por decoro. ¡Chist! pronunció Luisa Natal . ¡Ahí viene! ¡La sueca! exclamó Pilar. Todas volvieron el rostro, en extremo conmovidas.
Siempre que tenía que presentarse en escena un personaje, lo llamaba el apuntador, á cuya llamada se ponía en pie esperando que le avisaran para entrar en su primer verso. Una de las cosas que más me llamó la atención fué que todos los actores declamaban accionando con un bastón, cuyo adminículo lo sustituían las actrices por el abanico.
Oiga usted, Pinedo, no me acordaba ya dijo arreglando el abanico de cartas que tema en la mano , ¿por que tenía usted interés esta mañana en hacer pasar por un santo delante de su hija al perdido de Alcántara? Es un secreto respondió el gran vividor. ¡Que se diga, que se diga! exclamaron a un tiempo Pepa y Clementina. Se hizo de rogar un poco.
Los primeros tienen capa o capote, aunque haga calor; echarpe al cuello y gorro griego o gorra si son hombres: si son mujeres gorro o papalina, y un enorme ridículo; allí va el pañuelo, el abanico, el dinero, el pasaporte, el vaso de camino, las llaves, ¡qué más sé yo! Los acompañantes, portadores de menos aparato, se presentan vestidos de ciudad, a la ligera.
»En el salón inmediato aguardaba mi abuelo, que, en honor mío, había hecho aquella noche «la calaverada» de ir a admirarme «vestida de pecadora». Al verme aparecer, se quedó como asombrado. Pensé yo que se escandalizaba, y me cubrí el seno con el abanico. Me dijo a su modo muchas cosas, que tan pronto me sonaban a ponderaciones entusiásticas, como a lamentos de pesadumbre.
Mientras duró la conferencia con el padre, no le quitaba la vista de encima, y ella bajaba la suya, se ruborizaba, y para disimular su turbación, jugaba con el abanico con un aire infantil que enloquecía. Quedaron con el padre en que al día siguiente le llevaría los antecedentes de la cuestión que quería entablar, que era intrincadísima.
Palabra del Dia
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