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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
Al mismo tiempo su cuerpo se hizo más pesado. Don Juan se vió en la necesidad de doblar una rodilla para sostener á Dorotea. ¡No me abandones! ¡no me dejes! exclamó ; quiero morir en tus brazos! toma... porque apenas puedo hablar... había escrito este papel... que es mi última palabra para ti... y mi última voluntad... ¡Oh Dios mío!
Pero ahora ya no hacía calceta, ni aparecía dentro de sus ojos patiabierta ante el brasero, echando firmas en la lumbre; la veía en el cielo, justamente ganado con sufrimientos y miserias, vestida de blanco, como van los bienaventurados, y desde allí, asomándose a una ventana de nubes, lanzaba una sonrisa como una bendición sobre los dos jóvenes, que parecía decir: «Gracias, Micaela; cuídamela, sacrifícate un poco más, no la abandones hasta verla esposa de Juanito, que es un buen muchacho.
Eduardo, mi querido Eduardo, tú, en quien el cielo me había dado un hermano, un guía y un protector en medio de las tempestades de la juventud, tú que has sido tanto tiempo la luz de mi espíritu y el freno de mis pasiones, no me abandones en el estado de perplejidad en que me encuentro. Todo lo que he dicho antes no iba destinado a ti.
¡Juan!... ¡por piedad, no me abandones!... ¡no puedo... vivir sin ti! Sus dedos se hunden en los hombros de Juan. No partirás... no lo quiero. El trata de apartarse a la fuerza. ¡Ah!... te vas... ¡cruel!... Me moriré si me abandonas... No puedo... Llévame contigo... ¡Llévame contigo! ¿Has perdido la razón, desgraciada? Y se oculta el rostro en las manos gimiendo. ¡Ah!
PATROS. Voy volando. Hoy, Virgen mía, mi ofrenda será mayor: debiera ser tan grande que dejara sin una flor el jardín de mis tíos; quisiera poner hoy ante tu imagen todas las cosas bonitas que hay en la Naturaleza, las rosas, las estrellas, los corazones que saben amar... ¡Oh, Virgen santa, consuelo y esperanza nuestra, no me abandones, llévame al bien que te he pedido, al que me prometiste anoche, hablándome con la expresión de tus divinos ojos, cuando yo con mis lágrimas te decía mi ansiedad, mi gratitud...!
Entonces exclamo desde el fondo de mi conturbado corazón: Mi virtud desfallece; Dios mío, no me abandones. Apresúrate a venir en mi auxilio. Muéstrame tu cara y seré salvo. Así recobro las fuerzas para resistir a la tentación. Así renace en mí la esperanza de que volveré al antiguo reposo no bien me aparte de estos sitios.
Casi de los primeros que a ellas bajaron fueron D. José María Malespina y su hijo. Mi primer impulso fue ir tras ellos siguiendo las órdenes de mi amo; pero la imagen del marinero herido y abandonado me contuvo. Malespina no necesitaba de mí, mientras que Marcial, casi considerado como muerto, estrechaba con su helada mano la mía, diciéndome: «Gabriel, no me abandones».
Alzó la vista cuando me acerqué a él, y tomándome la mano, dijo con voz conmovida: «Gabrielillo, no me abandones. ¡A tierra! ¡Todos vamos a tierra!», exclamé yo procurando reanimarle; pero él, moviendo la cabeza con triste ademán, parecía presagiar alguna desgracia.
Lo que tú le digas que haga, eso hará... Ferminillo, no me abandones, protégeme. Tú eres mi patrón; quisiera ponerte en un altar y encenderte velas y rezarte una letanía. Fermín; santito mío: no me dejes, defiéndeme. Ablanda aquel peñasco, de corazón; agárrame, porque si no, me caigo y voy a presidio o a la casa de los locos. Montenegro se burló de las exageraciones lloriqueantes de su amigo.
Por eso me decidí a abrirte enteramente mi alma y a poner en tus manos fieles y seguras la vida de muchos hombres generosos... Yo soy muy débil, Ricardo mío; no soy más que una pobre niña incapaz de luchar ni de resistir... ¡No me abandones..., por Dios, no me abandones!... El joven presintió el peligro mucho más próximo y exclamó: ¡Acabemos de una vez, María, y sepamos de qué se trata!
Palabra del Dia
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