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Actualizado: 27 de octubre de 2025
A los dominios de D. Alfonso III, el Magno, acudieron un abad y varios monges, y dióles el rey una iglesia de S. Miguel, donde fundaron el monasterio de S. Miguel de Escalada, despues tan famoso.
Aquel libro tenía por título: Miedos y tentaciones de San Antonio Abad. La habitación en que la duquesa se encontraba era una extensa cámara del alcázar, cuyas paredes estaban cubiertas de damasco rojo, y adornadas con enormes cuadros del Tiziano, de Rafael y de Pantoja de la Cruz.
Y no deja de ser coincidencia curiosa, continuó el abad con aire pensativo, la de que en un mismo día salgan de este monasterio el más perverso de sus novicios y el mancebo á quien todos consideramos como el más digno de nuestros jóvenes discípulos y que es también el predilecto de mi corazón. Sois demasiado bondadoso, padre mío, contestó el doncel.
10 La negra por el honor, de D. Agustín Moreto. 11 No está en matar el vencer, de D. Juan de Matos. 12 San Antonio Abad, de D. Fernando de Zárate. 1 Querer por sólo querer, de D. Antonio de Mendoza. 2 Sufrir más por valer menos, de D. Jerónimo Cruz. 3 Mentir por razón de Estado, de D. Felipe de Milán y Aragón. 4 No hay gusto como la honra, de D. Fernando de Vera y Mendoza.
Y tengo para mí que el no haberme portado cual entonces lo hice hubiera sido una vergüenza, para un novicio como para cualquier otro hombre que se respete y que respete á la mujer.... Aquellas palabras colmaron la exasperación del abad, sobre todo pronunciadas como fueron con la sonrisa burlona que apenas había desaparecido un momento de los labios de Tristán desde el comienzo de su perorata.
Hay allí alegre amor, y culto á Jesucristo á todas horas: piadosa paz, entendimiento humilde y hermosa conformidad entre los hermanos. Dirás al abad y á sus compañeros: ¡Dios os guarde, vivid felices!» Trae estos versos Leon Hostiense en el lib. I, c. 17 de su Hist. de Monte Casino.
Por cierto que el inusitado acento llamó mucho la atención de los religiosos, ingleses de pura raza en su mayoría. Pero el abad sólo se fijó en la tranquilidad y la indiferencia que la respuesta del novicio revelaba y la indignación coloreó su rostro enjuto. ¡Hablad! ordenó golpeando con el puño el brazo del sitial.
Era un donativo ofrecido por el célebre abad Sanson, rector de la basílica de S. Zoil y abad del monasterio pinamelariense, á una iglesia titulada de S. Sebastian, de la cual no queda hoy mas memoria sino que estaba en la Sierra de Córdoba á tres leguas de la ciudad.
Y echó a andar, dialogando con el capellán que le seguía. Primitivo, obediente, se quedó rezagado, y lo mismo el abad, que encendía su pitillo con un misto de cartón. El cazador se arrimó al cura. ¿Y qué le parece el rapaz, diga? ¿Verdad que no mete respeto?
¡Basta ya! exclamó Fray Diego. Lejos de defenderse el culpado confiesa y agrava su falta con sus livianas palabras. Sólo me resta imponerle el condigno castigo. Al decir esto dejó el abad su asiento y todos los monjes le imitaron, dirigiendo temerosas miradas al irritado semblante de su superior.
Palabra del Dia
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