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Actualizado: 27 de junio de 2025
El primer «paso largo» hacia la Fortuna lo dió Margarita Montansier en Versalles, hallándose de directora en la «Sala» de la calle Sator. Representábase aquella noche una obra de Fabart, titulada «Los Segadores», y el coro cantaba alegremente alrededor de una olla en la que humeaba una sopa de coles.
Esta yerba tiene también la virtud de quebrar el hierro, no más que con tocarla; y así cuando a los segadores o a los podadores se les rompe la herramienta en las manos sin poder atinar por qué, es porque tocaron al pito-real.
Los más de los segadores pertenecían á la clase de emigrantes que los propietarios argentinos llaman «golondrinas»; pájaros humanos que cada año, cuando las primeras nieves cubren el suelo de su país, abandonan las costas de Europa, levantando el vuelo hacia el clima más cálido del hemisferio meridional.
El esposo de Casilda permanece algún tiempo en Toledo ocupado en sus negocios, y mientras tanto atiende ella á todos los quehaceres propios de su estado: se la ve al obscurecer cantando al frente de los segadores á su regreso, rezar después las oraciones y retirarse á su dormitorio. El servidor disfrazado del comendador bebe con los demás compañeros, hasta que caen en tierra embriagados.
Pensábamos darlo por concluído esta tarde. Mucho es, sin embargo. Llegaron cerca de los segadores, que la saludaron llevando las manos á los sombreros, boinas y monteras, que de todo había. La condesa pasó la vista por aquellos rostros atezados y cubiertos de sudor que sonreían rústicamente sin quitarla ojo. Mal día tenéis, amigos míos dijo movida á compasión por la fatiga que revelaban.
-Así me parece a mí -respondió Cardenio-, porque, según da indicio, él tiene por cierto que todo lo que estos libros cuentan pasó ni más ni menos que lo escriben, y no le harán creer otra cosa frailes descalzos. -Mirad, hermano -tornó a decir el cura-, que no hubo en el mundo Felixmarte de Hircania, ni don Cirongilio de Tracia, ni otros caballeros semejantes que los libros de caballerías cuentan, porque todo es compostura y ficción de ingenios ociosos, que los compusieron para el efeto que vos decís de entretener el tiempo, como lo entretienen leyéndolos vuestros segadores; porque realmente os juro que nunca tales caballeros fueron en el mundo, ni tales hazañas ni disparates acontecieron en él.
En torno de él, unos veinticinco segadores españoles formaban corro sentados en el suelo, y los últimos fulgores de la hoguera se reflejaban en sus rostros barnizados por la causticidad del sol. Algunas estrellas empezaban á titilar sobre la púrpura de un cielo ensangrentado por el ocaso. Los campos se extendían pálidos, con los contornos esfumados por la incierta luz del anochecer.
Y acompañaban con una canturria á media voz la música litúrgica de Los segadores. Ulises recordaba con nostalgia su vida de comandante de trasatlántico: una vida amplia, mundial, de incesantes y variados horizontes, de muchedumbres cosmopolitas. Se veía detenido en las cubiertas por grupos de muchachas elegantes que le pedían nuevos bailes en la semana.
Aunque las noches fuesen cálidas, encendían hogueras, buscando la protección de las llamas y del humo contra los feroces mosquitos, dominadores de la llanura. Algunos segadores que poseían un poder instintivo de dominación trataban á sus camaradas como jefes.
No paró mientes en lo terrible de aquella soledad; no consideró que para custodiar las trojes, vigilar a los segadores y cuidar de la aceituna, le faltaría en lo sucesivo su activo celo.
Palabra del Dia
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