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Al mismo tiempo escucharon arriba rumor de pasos y una voz áspera que dejaba escapar terribles interjecciones y amenazas. Cuando los pasos tomaron la dirección de la escalera, Rosa exclamó acongojada: ¡Que me mata mi padre, D. Andrés; que me mata mi padre! Y con rápido movimiento se echó fuera de casa, arrastrando consigo al joven.

Ha habido muchos que, por no haber sabido templar ni mezclar a propósito lo útil con lo dulce, han dado con todo su molesto trabajo en tierra, pues no pudiendo imitar a Diógenes en lo filósofo y docto, atrevida, por no decir licenciosa y desalumbradamente, le pretenden imitar en lo cínico, entregándose a maldicientes, inventando casos que no pasaron, para hacer capaz al vicio que tocan de su áspera reprehensión, y por ventura descubren caminos para seguirle, hasta entonces ignorados, con que vienen a quedar, si no reprehensores, a lo menos maestros dél.

Después la Nela sacó de entre las mantas una mano flaca, tostada y áspera y tomó la mano del señorito de Penáguilas, quien al sentir su contacto se estremeció de pies a cabeza y lanzó un grito en que toda su alma gritaba. Hubo una pausa angustiosa, una de esas pausas que preceden a las catástrofes del espíritu, como para hacerlas más solemnes.

Realmente, si la política es, como muchos creen, el arte de embrollar las situaciones para hacer daño al adversario y sacar provecho para mismo, la señorita Guichard poseía estas cualidades en su esfera privada. Se volvió hacia Roussel y dijo con áspera ironía. En resumen; ¿vienes guiado únicamente por el egoísmo? Me decías ahora que no he cambiado ... ¡pues tampoco!

Por el eterno descanso del defunto, «Padre nuestro» dijo, con voz áspera y fuerte, aunque afectando emoción y compostura. Á lo cual contestó la viuda con un tercer gemido, y el lúgubre cortejo con un «que estás en los cielos, santificado sea tu nombre», etc., etc.

¡Ay, primo! ¿de qué vale la opinión de una campesinilla, reducida a la sociedad de un cura, una tía áspera y una cocinera díscola? ¿Es decir, que no me otorgabais vuestras simpatías nada más que por no ser cura, y tener una cara menos marchita que la de la señora de Lavalle? Lo habéis dicho, primo.

Rafael admiraba a su amiga con la misma emoción que si se hallase en presencia de una divinidad y sentía odio y desprecio ante la grosera y áspera virtud de los que hacían el vacío en torno de ella. ¿Por qué había venido allí? ¿qué motivo la había impulsado a abandonar un mundo de triunfos donde todos la admiraban, para meterse en una vida estrecha para un corral?

A ratos dulce, a intervalos áspera, siempre segura de misma, había en ella asomos de energía, que antes que a la impresión del momento obedecían a la voluntad.

Y con esta vana y áspera insolencia se dejó caer en el sillón y colocó sus pies sobre el enrejado de la chimenea, asumiendo una actitud indolente y encendiendo tranquilamente un cigarro ordinario y de desagradable olor. No tema, será uno solo el que saldrá perdiendo respondí significativamente. Y ese será usted. Está bien exclamó, ya veremos.

Era tardo de palabra, y de voz áspera y recia; y mientras las emitía, muy acentuadas y con cierto repicoteo de pronunciación, se tiraba dulcemente de una patilla con los dedos de la mano del mismo lado, apiñados, tiesos y algo temblorosos, como si por allí buscara el chorro de verbosidad, que no salía por ninguna parte, y daba a sus ojos asombradizos una expresión tan rara, que podía dudarse si pedía con ellos misericordia o reclamaba un aplauso.