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He desempeñado durante veinte años el arciprestazgo de Santa María de Ronda, y vengo a manifestar a usted, por encargo expreso de los demás testamentarios, la última voluntad del que fue mi amigo del alma, Rafael García de los Antrines, que Dios tenga en su santa gloria».

El valor insignificante del legado, en su mayoría de terrenos, en aquel entonces escaso de valor, impidió a sus ejecutores testamentarios llevar a cabo su voluntad, y aun abrir y hacer público el testamento con las fórmulas prescritas por las leyes, hasta hace cosa de dos o tres años, cuando el valor de la propiedad hubo ya aumentado considerablemente.

Entrando en pormenores, que los herederos de Rafael anhelaban conocer, Cedrón les dio noticias prolijas del testamento, que tanto Doña Paca como Ponte oyeron con la religiosa atención que fácilmente se supone. Eran testamentarios, además del Sr. Cedrón, D. Sandalio Maturana y el Marqués de Guadalerce.

En la parte que a las dos personas allí presentes interesaba, disponía Rafael lo siguiente: a Obdulia y a Antoñito, hijos de su primo Antonio Zapata, les dejaba el cortijo de Almoraima, pero sólo en usufructo. Los testamentarios les entregarían el producto de aquella finca, que dividida en dos mitades pasaría a los herederos del Antonio y de la Obdulia, al fallecimiento de estos.

P.D. Hernando Pantoja prior de las Cuevas, testamentario que dijo ser del Excmo. señor don Pedro Afán de Ribera, Duque de Alcalá, Marqués de Tarifa, Conde de los Molares, Adelantado Mayor de Andalucía y Visorey y Capitán General del Reyno de Nápoles, difunto y estando presente Baltasar de Torres mayordomo que había sido del dho. Duque y uno de los albaceas testamentarios del dho.

Allí iba á parar una parte no pequeña de las ganancias de las minas. La limosna cuantiosa, y los legados testamentarios cubrían de conventos ó iglesias aquella parte del monte Artagán. El silencio monacal, que parecía extenderse por el paisaje, contrastaba con el zumbido de vida que exhalaba abajo la población, dominada á aquella hora por la fiebre de los negocios.

Era hijo natural de un vidriero, que le reconoció al morir, dejándole pequeña fortuna; pero los albaceas testamentarios, á quienes el difunto dió amplios poderes, hicieron un inventario, del cual resultaba que el vidriero no había dejado en el mundo cosa alguna de valor. El Doctrino les pedía dinero, y ellos le solían decir: "Tome usted para un semestre." Y le daban una onza.

¡Ay! no lo dude usted: se acordará... manifestó Doña Paca con grande animación en los ojos y en la palabra . Si no se acordara, sería un puerco... Lo que me decían D. Francisco Morquecho y D. José María Porcell... ¿Cuándo? Hace... no cuánto tiempo. Verdad que ya pasaron a mejor vida. Pero me parece que les estoy viendo... Fueron testamentarios de García de los Antrines, ¿no es cierto?

Venían esos dos señores, D. Francisco y D. José María, médico el uno, el otro secretario del Ayuntamiento... pues venían a decirme que el García de los Antrines, tío carnal de mi Antonio, les había nombrado testamentarios... Ya... Y que... la cosa es clara... como no tenía el tal sucesión directa, nombraba herederos... ¿A quién?

que domina las humanas flaquezas, y como un águila sube y sube más arriba de donde estallan las tempestades. DON URBANO. Preguntado por acerca de sus esperanzas de retener a Electra, ha respondido sencillamente, con más serenidad que jactancia: «Confío en DiosEVARISTA. ¡Qué grandeza de alma! ¿Y sabía que el Marqués y Máximo son los testamentarios...? DON URBANO. Sabía más.