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Sonó el rugido de la chimenea, que indicaba la hora de mediodía. ¡A almorzar!... Abajo, en el comedor, Fernando sintió crecer su inquietud al ver que se llenaban todas las mesas y la de Maud seguía desocupada. Sucedíanse los platos; el almuerzo tocaba a su fin, y ella sin aparecer.

Pasó días enteros ante las tribunas elevadas en las plazas, donde los clubs se declaraban en sesión permanente y los oradores sucedíanse día y noche, perorando con andaluza facundia sobre la divinidad de Jesús y la subida de los artículos de primera necesidad; hasta que, al venir tiempos represivos, una huelga le dejó en la difícil situación del obrero señalado por sus rebeldías, viéndose despedido de todos los talleres.

El trabajo no era mucho y su ociosidad casi completa le hacía aún más insoportables los días. No se atrevía a leer de nuevo los pocos libros que se había traído consigo y que se sabía ya de memoria. Sucedíanse las horas tan largas y tan vacías, le era la soledad tan odiosa, que llegó a apoderarse de su ánimo un profundo mal humor, una extraordinaria melancolía.

Sucedíanse las preguntas y respuestas como los golpes de incansables espadas sobre fuertes escudos. Por fin, aplacóse un tanto Colás, mientras su compañero siguió perorando, triunfante y engreído. ¡Ah, ladrón! gritó de pronto. ¡Te has comido mis arenques! Y muy ricos que estaban, contestó Colás con sorna.

Pavoroso era el cuadro que el marqués dibujaba... Aislado el pobre rey, miraba sin cesar hacia la frontera, esperando la contestación a su discurso del 3 de abril que aún no había obtenido respuesta el 21 de junio. Sucedíanse las crisis ministeriales, frecuentes, periódicas, como calenturas de terciana, hasta engendrar un ministerio llamado de Santa Rita, por ser esta Santa abogada de imposibles.

Sobre el lecho de muerte yacía su madre, el único ser de él querido, y al lado, de pie, contemplábala un hombre severo, casi repugnante: su padre. Sucedíanse los demás actos del drama con toda fidelidad. Don Alejandro recorría las principales capitales del mundo, en busca de distracción; pero todos huían de él, como si fuese un ser infecto: con lo cual se agriaba su carácter más y más.

Sobre la platina de la báscula sucedíanse las especies alimenticias en sucia promiscuidad. Caían en ella corderillos degollados, con las lanas manchadas de sangre seca, y momentos después apilábanse en el mismo sitio los quesos y los cestos de verduras.