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Y ahora al contrario aunque vino el mismo Hijo de Dios en persona y los convenció infinitas veces con razones, con milagros y con virtudes, de que él era el que habían de esperar: y aunque han visto cumplidas ya, por la mayor parte, sus Profecías, predicada su ley, favorecida de Dios con estupendos milagros, acreditada con la sangre de innumerables Mártires, autorizada con la doctrina de los mayores ingenios que se han conocido: y prevaleciente siempre contra todo el poder y mañas del mundo y del Infierno, sin embargo toda la obstinación del Infierno es, o para que no admitan, o para que dejen la adoración del Hijo de Dios y su ley, que solo puede justificar sus almas.

Segundo, que dicho rey profesaba ciertamente la santa virtud de la caridad predicada por mi cura, puesto que amaba tanto a las mujeres. Tercero, que Ana de Pisseleu era una persona muy feliz, y que a mi también me hubiera gustado mucho, que un rey me diera un condado erigido en ducado, para serme agradable. ¡Bravo! exclamé lanzando el libro hasta el techo y recogiéndolo inmediatamente.

29 Y habiendo dicho esto, los Judíos salieron, teniendo entre gran contienda. 31 predicando el Reino de Dios y enseñando lo que es del Señor Jesús, el Cristo, con toda libertad, sin impedimento. 8 Primeramente, doy gracias a mi Dios por Jesús, el Cristo, acerca de todos vosotros, de que vuestra fe es predicada en todo el mundo.

Y el jornalero del campo que, mal alimentado con bazofia, sudaba bajo el sol, sintiendo la proximidad de la asfixia, al detenerse un instante para respirar en esta atmósfera de horno, se decía que era mentira la fraternidad de los hombres predicada por Jesús, y falso aquel dios que no había hecho ningún milagro, dejando los males del mundo lo mismo que los encontró al llegar a él... Y el trabajador vestido con un uniforme, obligado a matar en nombre de cosas que no conoce a otros hombres que ningún daño le han hecho, al permanecer horas y horas en un foso, rodeado de los horrores de la guerra moderna, peleando con un enemigo invisible por la distancia, viendo caer destrozados miles de semejantes bajo la granizada de acero y el estallido de las negras esferas, también pensaba con estremecimientos de disimulado terror: «¡Cristo ha muerto, Cristo ha muerto

Aun suenan en mis oídos sus consejos y aun podría repetir sin equivocarme la multitud de oraciones que me hacía decir de rodillas sobre la cama a la hora de acostarme... Esto no se puede olvidar, María..., ¡sería un infame si lo olvidase!... Hoy los mismos consejos vuelven a salir de unos labios idolatrados... ¿Cómo quieres que no sea para dulce la religión viniendo siempre predicada por los seres a quienes más he querido y respetado en mi vida?... , hermosa mía, soy religioso por nacimiento y por convicción, y espero serlo aún más fervoroso con tu ayuda.

Esos individuos son, en verdad, el producto esperado de la superstición predicada, difundida, ofrecida a pasto a la ignorancia de la gente que llegó a no temer a Dios ni al Diablo, y que sabe que el castigo del Infierno solamente alcanza a quien no se enrosca un rosario al cuello y no se afianza a un pintakasi que garantice su salvación eterna, porque ¡Dios no permite que el devoto de uno de sus favoritos se condene!

D. José Rivera Indarte, en su elocuente y erúdito discurso: «Es accion Santa Matar á Rosas» Con este motivo transcribiré en este lugar mi opinion sobre la doctrina del tiranicidio, predicada por Rivera Indarte.

La verdad era que lo que creían los portugueses cristianismo viciado era la religión fundada por Sidarta, príncipe de las sakias de Kapilabastu, y predicada en Ceilán algunos siglos antes de Cristo. La moral de esta religión no podía ser más santa ni más hermosa, pero su metafísica era errónea y desconsoladora.