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Por un doblón de dos caras se nos muestra alegre la triste del procurador y de todos los ministros de la muerte, que son arpías de nosotras las pobres gitanas, y más precian pelarnos y desollarnos a nosotras que a un salteador de caminos; jamás, por más rotas y desastradas que nos vean, nos tienen por pobres; que dicen que somos como los jubones de los gabachos de Belmonte: rotos y grasientos, y llenos de doblones.

Lo mismo hicieron PLATON, y ARISTÓTELES, y ambos los rechazaron con eficacia, porque Platon describió los engaños de los Sofistas, y Aristóteles manifestó admirablemente todos los caminos de que se aprovechaban para formar sus sofismas; de suerte, que este Filósofo trató con perfeccion este asunto. Oxalá le leyesen los que se precian de Sectarios suyos.

Páez, don Frutos Redondo, los Jacas, Antolínez, los Argumosa y otros y otros ilustres Américo Vespucios del barrio de la Colonia siguen escrupulosamente en lo que se les alcanza las costumbres distinguidas de los Corujedos, Vegallanas, Membibres, Ozores, Carraspiques y demás familias nobles de la Encimada, que se precian de muy buenos y muy rancios cristianos.

Pregunta el ateo qué medio tenemos para cerciorarnos de la existencia de Dios; y como que exige una aparicion de la divinidad para creer en ella; pues bien, esa aparicion existe, y fuera de nosotros, sino dentro de nosotros: y si es perdonable que no la vean los hombres poco reflexivos, no lo es el que no acierten á descubrirla, los que se precian de entendidos en ciencias metafísicas.

En aquel tiempo los Turcos, no olvidados aún de las costumbres de los Scitas, de quíen se precian suceder, vivian la mayor parte, y la más belicosa en la campaña, debajo de tiendas y barracas, mudándose según la variedad del tiempo, y comodidades de la tierra.

No comprenden nada que no sea una cuenta, y al que les hable de otra cosa que del precio del cáñamo, le llaman mala cabeza, holgazán y enemigo de la prosperidad de su país. Se precian mucho de su libertad, pero no les importa que haya millones de esclavos en las colonias.

Así como los eruditos se precian de no ignorar la más mínima particularidad concerniente a remotas épocas históricas, este sujeto se jactaba de poder decir, sin errar punto ni coma, lo que disfrutaban de renta, lo que comían, lo que hablaban y hasta lo que pensaban las veinte o treinta familias de viso que encerraba el recinto de Santiago.

En cuanto se alejaron un poco del sitio de la Nozaleda comenzaron los cánticos. Esto es lo que caracteriza la vuelta de las romerías en aquella región. Las artesanas de Sarrió se precían de tener buena voz, y hacen bien. Generalmente la emprenden con alguna canción romántica, una melodía tendida y quejumbrosa, buscando armónico acompañamiento por medio de la segunda voz en terceras.

El mérito de ellos, no obstante, tiene que ser reconocido hasta por sus mayores contrarios, si se precian de candorosos é imparciales.

La Francia, tan justamente erguida por su suficiencia en las ciencias históricas, políticas y sociales; la Inglaterra, tan contemplativa de sus intereses comerciales; aquellos políticos de todos los países, aquellos escritores que se precian de entendidos, si un pobre narrador americano se presentase ante ellos con un libro, para mostrarles, como Dios muestra las cosas que llamamos evidentes, que se han prosternado ante un fantasma, que han contemporizado con una sombra impotente, que han acatado un montón de basura, llamando a la estupidez, energía; a la ceguedad, talento; virtud, a la crápula, e intriga y diplomacia, a los más groseros ardides; si pudiera hacerse esto, como es posible hacerlo, con unción en las palabras, con intachable imparcialidad en la jurisprudencia de los hechos, con exposición lucida y animada, con elevación de sentimientos y con conocimiento profundo de los intereses de los pueblos y presentimiento, fundado en deducción lógica, de los bienes que sofocaron con sus errores y de los males que desarrollaron en nuestro país e hicieron desbordar sobre otros... ¿no siente usted que el que tal hiciera podría presentarse en Europa con su libro en la mano, y decir a la Francia y a la Inglaterra, a la Monarquía y a la República, a Palmerston y a Guizot, a Luis Felipe y a Luis Napoleón, al Times y a la Presse: ¡leed, miserables, y humillaos! ¡He ahí vuestro hombre!, y hacer efectivo aquel ecce homo, tan mal señalado por los poderosos, al desprecio y al asco de los pueblos?