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Eran peritísimos en el arte de hacer reír al público con pisotones en los callos, derrumbamiento de sombreros, tropezones, baños de agua fría con un vaso que se derrama, y otros recursos análogos que jamás dejan de producir dichoso resultado en el teatro.

Esto me puso disgustado. Me imaginé que Castro Pérez era uno de esos abogados viejos, peritísimos en cuestiones de Jurisprudencia, pero en lo demás unos ignorantes de tomo y lomo; un señorón de aldea, pagado de su fama y de su ciencia, de esos que suspiran por todo lo antiguo, y que siempre están mal dispuestos para todo lo nuevo; un fantasmón iracundo, gruñón, de esos que ven con desconfianza a los jóvenes, y que se complacen en censurar a todas horas la educación enciclopédica de estos tiempos, la cual, si bien no produce sabios a granel no cría fátuos, como tantos viejos que yo conocía, encastillados en su saber hipotético, muy vanidosos y engreídos con su ciencia; ciencia exígua y mezquina que les conquista en el pópulo vil admiradores y monaguillos de amén que aprueban cuanto dicen los Sócrates de aldea, así suelten éstos el mayor disparate.

Después de tan múltiples y prolijas meditaciones, llegan los ensayos llamados «de mesa», que algunos directores de escena tan peritísimos como Fernando Díaz de Mendoza, estiman adversos á la espontaneidad que debe dar gracia y frescura á la labor del comediante; luego los ensayos de conjunto ó generales, donde cada actor se habitúa á conocer el verdadero sitio que ocupa en la obra con relación á los otros personajes, y, finalmente, la noche, siempre pavorosa y terrible, del estreno.

Conjunto tan bello como genuino de elementos artísticos, que á pesar de sus diversos orígenes, fueron peregrina y hábilmente combinados por el talento de nuestros obreros mudéjares y cristianos de pasadas centurias, elocuente expresión del refinado gusto de peritísimos artífices, fehacientes testimonios de la cultura general alcanzada que llegó á resplandecer en todas las esferas, produciendo originales construcciones ataviadas con el más depurado gusto decorativo, tales fueron las suntuosas moradas que edificaron los magnates y favoritos de la fortuna, en aquellos dias gloriosos, en que pudieron decir algunos de nuestros monarcas, que en sus dominios no se ponía el sol.

Llegado el siglo XIX, de tres peritísimos fabricantes tenemos noticias, llamado el uno Acosta, que vivió en la calle de Santa Clara, del cual hay una casulla de tisú de plata con flecos de oro y seda en el Hospital de Venerables Sacerdotes de esta ciudad, magistralmente tejida, y los otros dos, Don Manuel del Castillo y Povea y Don José Ledesma.