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Aquel hermoso rostro, sembrado de pequeñas manchas, producía el efecto de que estuviese desfigurada por la viruela. Un viejo chal, ennegrecido por los cuidados del tintorero y al que la intemperie había dado un color rojizo, dejaba caer tristemente sus tres puntas cuyos flecos rozaban ligeramente la nieve de la acera.

Llegado el siglo XIX, de tres peritísimos fabricantes tenemos noticias, llamado el uno Acosta, que vivió en la calle de Santa Clara, del cual hay una casulla de tisú de plata con flecos de oro y seda en el Hospital de Venerables Sacerdotes de esta ciudad, magistralmente tejida, y los otros dos, Don Manuel del Castillo y Povea y Don José Ledesma.

Delante de un espejillo fementido peinó su cabellera soberbia; la cubrió después á medias con un pañuelo de seda azul, cuyos flecos le caían graciosamente por la frente: colgó de las orejas los pendientes de aljófar que su padre le había traído recientemente de Oviedo; ciñó su garganta con tres sartas de corales; apretó su talle con el justillo de cien flores y cordones de seda torzal; se puso el dengue de pana, la saya negra de estameña, la media blanca, el zapato de becerro fino... ¡Ea, ya está lista la zagala!

Detúvose el grupo; el gaitero, vestido de pana azul, en actitud de cansancio, dejando desinflarse la gaita, cuyo punteiro caía sobre los rojos flecos del roncón, se limpiaba la frente sudorosa con un pañuelo de seda, y los reflejos de la paja ardiendo y de las luces que alumbraban la casa del cura permitían distinguir su cara guapota, de correctas facciones, realzada por arrogantes patillas castañas.

Pasó a la sala, donde el insigne portugués estaba ya instalado, en un sillón de seda amarilla, gastadísima, con los flecos deshilachados. Muy señora mía... Servidora de usted... Al nombre de Portas, misia Casilda se animó. ¡Ah, es usted el señor de Portas! Pues precisamente iba yo a su casa ahora.

¡Paloma mía! En la chimenea de la casa lujosa sólo quedaban cenizas; la llama de la lámpara palideció ofuscada por la luz del día, que comenzó a juguetear con las cosas, arrancando reflejos al oro de los marcos, a los cristales de los espejos, a los nácares de los mueblecillos maqueados y a los flecos de seda.

9 No sembrarás tu viña de mistura, para que no se contamine la plenitud de la simiente que sembraste, y el fruto de la viña. 10 No ararás con buey y con asno juntamente. 11 No te vestirás de mistura, de lana y lino juntamente. 12 Te harás flecos en los cuatro cabos de tu manto con que te cubrieres. 13 Cuando alguno tomare mujer, y después de haber entrado a ella la aborreciere,

Temía yo ser visto de Amaranta; pero como ésta y su tía habíanse adelantado y estaban ya arriba, me aventuré a seguir al diplomático, que subió detrás de todos con Inés, sosteniéndola por la cintura. Delante iban los criados con hachas, detrás yo solo. Inés se envolvía con un gran manto, chal o cabriolé que tenía larguísimos flecos en sus orillas.

Después, y siempre poquito a poco, fue modificando el traje de D. Joaquín, empezando por los pantalones, que, como se los pisaba por detrás, los tenía con flecos o pingajos, que solían rebozarse en el lodo de las calles.

Luego dijo que sintió como que en el pecho se le abría una flor, y como que se le encendía en la cabeza un palacio, con colgaduras azules de flecos de oro, y mucha gente con alas: luego dijo todo eso, pero entonces, nada se le oyó decir.