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Consistía no tanto en la paridad de los rasgos fisonómicos como en la analogía de las inflexiones de voz y del ademán sobrio y enérgico; consistía principalmente en un idéntico temblor de los párpados y de los labios bajo el golpe de una irritación súbita.

Allí pues se tienen sus bodas, donde corre la paridad de su mancha, para que no pueda quejarse el uno del otro, pues la tienen los dos por cuatro cuartos.

Sobre el lance de San Ignacio, contesto yo a mi padre, que fue antes de que el santo se hiciera sacerdote, y sobre los otros ejemplos digo que no hay paridad.

En Inglaterra, en Francia, en España, el juicio y la opinión de Antonio Pérez eran, como se ve, de paridad nada envidiable: si el Gobierno, en la última de estas naciones, en la patria del desdichado, dejaba sin respuesta las súplicas; si las personas á quienes particularmente pedía recomendación en su favor el proscripto ocultaban la verdad y alimentaban vagamente la esperanza, á piadoso engaño, no á cruel animosidad, obedecían.

Recordaba curiosas similitudes de gusto, la paridad de ciertas entonaciones, de ciertos gestos; comentaba también la conducta extraña, el espanto y las angustias de la señora Miguelina, y se extrañaba ahora de no haber sentido antes más viva inquietud.

La paridad no es cierta; mas por ahora, al hablar en general de un espíritu puro, comprenderé tambien á las almas separadas de sus cuerpos. Esta palabra puede significar dos cosas: 1.ª recibir una impresion por medio de órganos corpóreos: 2.ª experimentar simplemente la impresion, independientemente del órgano corpóreo.

Esta paridad de humores produce casi siempre funestos resultados. sabes muy bien, y perdona lo indecoroso de la comparación, en gracia de su exactitud, que a un caballo demasiado vivo y fogoso se le pone por compañero en el tronco otro firme y resistente, aunque de menos sangre, para que contrarreste sus ímpetus. Pues en el matrimonio sucede lo mismo.

Es tal la paridad entre los arquitectos y los poetas de aquel tiempo, que al leer uno la crítica que hacia el Milizia de Borromino, podria creer que estaba aquel severo escritor juzgando á nuestro célebre Luis de Góngora: «fué, dice, uno de los primeros hombres de su siglo por la elevacion de su ingenio, y uno de los últimos por el uso ridículo que de él hizoJuan Martinez, Crescencio, y el hermano Francisco Bautista, eran ya puristas comparados con estos últimos, cuya incontinencia de estilo rayaba en enagenacion mental y delirio.

Pero ¿qué paridad hay entre lo que sucede y debe suceder cuando se trata de particulares y lo que sucede y debe suceder entre dos potencias soberanas?

Aunque la comparación se me rechace, negando la paridad de las circunstancias y alegando el muy diverso carácter de las épocas, todavía inclina un poco el ánimo a tener por algo problemática la habilidad del rey Don Felipe. Su circunspección pecaba de minuciosa. Tal vez dificultaba sus empresas la abundancia de medios que empleaba para darles cima.