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En resolución, los viajeros se divirtieron mucho aquel día y todos volvieron a bordo muy lisonjeados y satisfechos. Después de la jira campestre y contrariando los planes de Morsamor, su nave permaneció aún en el puerto de Melinda una semana entera.

Tales sectarios fugitivos fueron los fundadores de la colonia de Melinda, donde se habían dado tan buena maña que habían atraído millares y millares de negros, formando un reino importante del que dichos negros constituían la numerosa plebe. Cuando Vasco de Gama aportó allí veinte y tres años antes, el rey melindeño, que era muy pacífico, le recibió leal y amistosamente.

Entiéndase, a pesar de lo expuesto, que Morsamor no perseveraba en tales errores y que abjuraba de ellos por vitandos y nefandos. Como quiera que fuese, esta navegación que iban haciendo ahora era tan melancólica y tan tétrica como había sido amena y bulliciosa la que Morsamor y Tiburcio, acompañados de donna Olimpia y Teletusa, habían hecho desde Lisboa hasta Melinda.

Gama y Coello trataron de hacer creer a los de Melinda que España era la cabeza de Europa y Portugal la cumbre de la cabeza; que el rey portugués era el primero de los reyes y que el mismo nombre de Dios era su nombre; que con su innumerable caballería imponía respeto y subyugaba a las demás naciones; que sus naves, bien artilladas, recorrían el mar a centenares; y que las rentas y tributos, que le rendían sus vasallos y los pueblos vencidos, eran tan abundantes, que, después de pagados todos los gastos, dejaban cada luna un sobrante de doscientos mil cruzados lo menos.

No queremos estorbar ni escandalizar y por eso nos quedamos en Melinda. Hemos celebrado un contrato con el Rey Feridún y con el príncipe Rustán, los cuales, bajo palabra de honor, corroborada por solemnes juramentos, nos dejan en completa libertad de largarnos donde se nos antoje, si dentro de seis meses nos hartamos de ser el adorno y el esplendor de su corte.

Esta era la opinión que prevalecía entre los de Melinda cuando la nave de Morsamor entró en su puerto.

No hubo modo de despertarle, y permaneció traspuesto cerca de veinticuatro horas. Cuando Morsamor volvió a su acuerdo, la nave estaba en alta mar, lejos de Melinda, y navegando con viento favorable hacia las distantes playas de Malabar.

En esta ocasión no le faltó su habilidad. Con raro disimulo ganó el corazón y hechizó al capitán de una nave lusitana que tocó en Melinda de paso para Massauá a donde iba a reunirse con la flota, que había llevado a don Rodrigo de Lima y que debía volver a la India con dicho señor y con toda su pomposa Embajada, después que hubiesen visitado al Preste Juan, o sea al monarca de Abisinia o por otro nombre de la alta Etiopía.

Para tratar sobre este punto, Morsamor llamó a consejo una mañana al piloto Fréitas, al administrador Vandenpeereboom y hasta a Fray Juan de Santarén y al amigo Tiburcio, con cuyos pareceres quería asesorarse. Por noticias que en Sofala y en Melinda le habían llegado, Morsamor sabía que los negocios de Portugal en la India andaban harto revueltos.

Como quiera que fuese, y sin más novedad ni disgusto, la nave de Morsamor llegó al fin al puerto de Melinda. La ciudad de este nombre era entonces populosa y estaba floreciente y rica. Era hijo su rey del que tan cortés y lealmente recibió a Vasco de Gama y le proporcionó piloto para llegar a Calecut con menos peligro.