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Y hemos aspirado y aspiramos todavía a que, así como se nos reveló el misterio del Mar Tenebroso, por la persistente violencia que sobre él ejercimos, se nos revelen también la magnitud y estructura de la tierra, y después todo el artificio y la máquina del Universo, con las leyes de su movimiento y vida. En verdad dijo Fray Juan de Santarén el señor Fréitas tiene razón que le sobra.

Fray Juan de Santarén tomó parte en la conversación y exclamó: Lo que menos importa al bien de la cristiandad y del humano linaje es que decaigan Venecia y otros Estados de Italia a causa de los descubrimientos y conquistas de los portugueses. Más alto es el fin que estos han tenido y han de tener en lo futuro.

Para tratar sobre este punto, Morsamor llamó a consejo una mañana al piloto Fréitas, al administrador Vandenpeereboom y hasta a Fray Juan de Santarén y al amigo Tiburcio, con cuyos pareceres quería asesorarse. Por noticias que en Sofala y en Melinda le habían llegado, Morsamor sabía que los negocios de Portugal en la India andaban harto revueltos.

El propio Fray Juan de Santarén, aunque con escrúpulos de que en el calor de la improvisación hubiese dejado escapar alguna herejía, aplaudió también a Morsamor, en gracia del entusiasmo y de la buena fe con que había hablado. Convinieron además en que no hay ni habrá sistema de astrólogos o de sabios empíricos que baste a desbaratar ninguna teología ni ninguna metafísica bien cimentada.

El mismo Fray Juan de Santarén hubo de entusiasmarse y dijo que, dejando por lo pronto los medios de persuasión, hasta que aprendiese él con facilidad alguna de las lenguas que por allí se hablaban, empuñaría un arcabuz y transmitiría así sus creencias a los infieles por medio de terribles lenguas de fuego.

Iba asimismo en la nave un piadoso y entusiasta misionero franciscano, cuyo nombre era Fray Juan de Santarén. Grandísima gana llevaba este de difundir la luz del Evangelio, de convertir idólatras y mahometanos y de bautizarlos a centenares.

Pronto se concertó y dispuso una fiesta y jira campestre a la que Morsamor, Tiburcio, el piloto, Fray Juan de Santarén, las dos princesas y el señor Vandenpeereboom fueron convidados.

Decidido, pues, Miguel de Zuheros, y habiendo infundido en los de la nave confianza en su decisión, dejó en Macao al señor Vandenpeereboom y a Fray Juan de Santarén, haciendo el uno negocios, y haciendo sermones el otro, y zarpó con su nave con rumbo hacia la desconocido. Mientras más se piensa en ello más axioma parece la sentencia de don Hermógenes, declarando que todo es relativo.

¡Ah! pues entonces repuso el ministro, repito que no corre prisa; y volviéndose en la banqueta y hacia el portugués: Avíseme usted señor don Ambrosio de Castro y Pajares, Almendrugo, Oliveira y Caraballo de Alburquerque y Santarén, en cuanto llegue la hacienda. Dicho esto, volvió Su Excelencia a anudar el roto hilo de su feliz ensueño, donde es fama que soñó que era efectivamente ministro.

Al frente de una tropa de más de cuarenta, entre los que se distinguían Tiburcio dando cuchilladas y Fray Juan de Santarén animando a los combatientes con oraciones fervorosas, Morsamor hizo atroz carnicería en los musulmanes y gentiles de Chaul, que pronto abandonaron el campo y huyeron despavoridos refugiándose en la ciudad.