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Arminda corre el peligro de morir abrasada en su tienda; pero Leonido, vestido como un guerrero ordinario, arrebata su presa á las llamas. La acción en el acto tercero es en el palacio de Arminda.

Las luchas de los rivales y otras diversas aventuras del caballero Febo y del príncipe Rosicler, enlazadas con la acción principal, llenan esta comedia, que termina con un gran torneo que decide la contienda, y con las bodas de Rosicler y de Lindabridis. Hado y divisa de Leonido y Marfisa .Calderón Vera Tassis asegura que ésta es la última obra de Calderón, escrita á los ochenta y un años.

Otra vez aparece de nuevo la gruta de Mitilene; preséntase el amigo de Leonido para recoger las armas de éste; pero lo mata el príncipe de Suavia en una emboscada, tomándolo por Leonido.

Leonido se acerca de nuevo á recoger sus armas y á ver á Marfisa; arranca un peñasco de la caverna, y mira á la doncella en un salón de cristal en medio de sus ninfas, que la cubren de galas y regocijan sus oídos con cánticos agradables.

Pero lo impiden otros sucesos que ocurren: Leonido, que se hace pasar por un mercader náufrago, se arroja á los pies de Mitilene pidiéndole protección, llegando casi en seguida la noticia de que su amante ha muerto á manos de Leonido.

Es difícil imaginar nada más poético que la descripción del Príncipe, criado en la soledad, ignorante de su nacimiento, demostrando en la primera ocasión que se le presenta su ingénita y natural nobleza. ¡De qué belleza tan arrebatadora es la escena en que Focas encuentra á los dos jóvenes Heraclio y Leonido ante la cueva en que viven, en los montes, y les anuncia el primero que uno de ellos es de sangre real!

Leónido abre el zurrón que el pastor le presenta, y halla en él la corona de espinas, la lanza y los clavos; cuando torna á mirarlo, después de contemplar aquellos objetos, ve ante á Jesucristo en la cruz, en vez del pastor, y oye estas palabras: Ya, Leónido, llegó el tiempo En que al justo satisfagas Lo mucho que has mal llevado, Haciéndome tu fianza.

La Princesa clama venganza y se aleja de allí precipitadamente, declarando que, por la muerte de su amante, le corresponde, por juro de heredad, el trono de Trinacria. Alegre Leonido de que nadie se acuerde de él, se queda allí solo, presentándose entonces Marfisa, y sintiendo ambos, al verse por vez primera, tierna y recíproca simpatía.

Digna es, por tanto, de ser tratada y explicada más prolijamente. Arminda, princesa de Trinacria, y sus dos pretendientes, los príncipes de Rusia y de Suavia, persiguen á Leonido con sus espadas desenvainadas, dándole apenas tiempo de refugiarse en una barca con un compañero fiel, y escapar, á fuerza de remos, de sus perseguidores.

Casimiro, tío de las dos Princesas, que se hacen la guerra, ha llegado ya para poner fin á su contienda; al ver á Leonido, que, como salvador de Arminda, tiene libre entrada en el palacio, experimenta hacia él extraña simpatía. Leonido se queda anonadado; pero su amigo le hace volver en de su asombro, y se ofrece á tomar sus armas, y, fingiendo ser Leonido, á pelear con él.