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Cámara de doña Leonor en el palacio LEONOR, JIMENA, y DON GUILL

Y siempre viéndole estoy, amante, dichoso y tierno... mas no existe, es ilusión que imagina mi deseo. ¡Vamos! JIMENA. ¡Leonor! LEONOR. Vamos pronto; le olvidaré, lo prometo. Dios me ayudará... sosténme, que apenas tenerme puedo. Queda la escena un momento sola; salen por la izquierda DON MANRIQUE con el rostro cubierto con la celada, y RUIZ RUIZ.

LEONOR. Estoy resuelta; ya no hay felicidad, ni la quiero, en el mundo para ; sólo morir apetezco. Acompáñame, Jimena. JIMENA. Estás temblando. LEONOR. ; tiemblo porque a ofender voy a Dios con pérfido juramento. JIMENA. ¿Qué decís? LEONOR. ¡Ay! Todavía delante de le tengo, y Dios, y el altar, y el mundo olvido cuando le veo.

Leonor, Jimena y el séquito salen de la iglesia y se dirigen a la puerta del claustro; pero al pasar al lado de Manrique, éste alza la visera, y Leonor, reconociéndole, cae desmayada a sus pies. GUZMÁN. Esta es la ocasión... valor. LEONOR. ¿Quién es aquél? JIMENA. ¡Qué veo! LEONOR. ¡Ah! ¡Manrique!... GUZMÁN, FERRANDO. ¡El trovador!

JIMENA. ¿Mas por qué por el de Luna tanto empeño manifiesta? LEONOR. Esa soberbia ambición que le ciega y le devora es ¡triste! mi perdición. ¡Y quiere que al que me adora arroje del corazón! Yo al Conde no puedo amar, le detesto con el alma; él vino ¡ay Dios! a turbar de mi corazón la calma y mi dicha a emponzoñar. ¿Por qué perseguirme así? Desde anoche le aborrezco más y más.

A 20 de julio dió al cabildo el canónigo Cruz y Jimena una preciosa estátua de plata de Santiago, patron de España, á caballo. El cabildo mandó que todos los años se pusiese en el altar mayor en la festividad del glorioso apóstol desde la víspera.

LEONOR. Es preciso; ya no hay en el universo nada que me haga apreciar esta vida que aborrezco. Aquí de Dios en las aras, no veré, amiga, a lo menos, a esos tiranos impíos que causa de mi mal fueron. JIMENA. Ni una esperanza... LEONOR. Ninguna; él murió ya. JIMENA. Tal vez luego se borrará de tu mente ese recuerdo funesto. El mal, como la ventura, todo pasa con el tiempo.

Se dejan ver algunas religiosas en el locutorio; la puerta que está al lado de la reja se abre, y aparece LEONOR apoyada del brazo de JIMENA; las rodean algunos sacerdotes y religiosas LEONOR. ¡Jimena! JIMENA. Al fin abandonas a tu amiga. LEONOR. Quiera el cielo hacerte a ti más feliz, tanto como yo deseo. JIMENA. ¿Por qué obstinarte?

El casamiento en la muerte. Jimena, hermana del rey Alfonso el Casto, ha dado á luz del conde de Saldaña, con quien tenía relaciones ilícitas, un hijo llamado Bernardo del Carpio. El Rey, furioso con los amores de su hermana, la obliga á refugiarse en un monasterio; encierra al Conde en una obscura prisión, y educa al hijo en una absoluta ignorancia de cuáles fueron sus padres.

Bernardo cae sollozando sobre su cadáver, y llama á su madre, Jimena, al reanimarse, para que trueque con el muerto su anillo nupcial. Esta escena es la última de la comedia. Las doncellas de Simancas.