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Son verdaderamente irrefutables: un trozo admirable de crestomatía moral y literaria. Y observad que Rousseau no dijo todavía en este asunto la última palabra. Si hubiese estudiado el cuerpo humano, esta obra maestra de la creación, esta imagen admirable de Dios sobre la tierra, habría demostrado, sin duda, que es gran pecado destruir un conjunto tan perfecto.

Ese bello pais, tan curioso y original en todos sus rasgos prominentes, que ha hecho tan grandes progresos con sus instituciones republicanas, en medio de tantas monarquías, particularmente despues de la revolucion radical de 1846 á 48, me ofreció pruebas irrefutables de esta gran verdad: que la mas práctica, sólida y fecunda solucion de los problemas sociales, porque es la mas justa, natural y sencilla, es la de la LIBERTAD, en todas las esferas y respecto de todas las manifestaciones de la actividad humana!

Pues, señor Visitador, contra todo lo que dice su señoría que hay de grave en mi proceso, poseo yo mil argumentos irrefutables; , señor, mil argumentos. Y lo mejor es que seamos amigos y nos dejemos de pleitos, que no sirven sino para traer desazones, criar mala sangre y hacer caldo gordo a escribas y fariseos.

Mintió con el ilogismo absurdo y descarado del que se ve en peligro de muerte; hubo necesidad de releer sus primeras declaraciones, que negaba ahora; de presentar nuevamente las pruebas materiales, cuya existencia no quería admitir; de hacer desfilar su pasado entero con el apoyo de aquellos datos irrefutables de origen anónimo.

Yo lo he sostenido en un artículo que escribí en 1853 en El Gorro de la Libertad; ahí están los argumentos irrefutables de mi tesis. La cámara única, señores, no hay nada mejor; ¡basta el buen sentido para comprender que dos cámaras es el absurdo, señor! Una está en contra de la otra siempre, y ¿cómo gobernar cuando dos fuerzas iguales, se chocan?

Aproveché aquellos momentos para decirle lo que creí del caso, demostrándole con razones irrefutables su engaño y el agravio que me hacía. Parece que mis palabras y mi actitud firme y serena hicieron sobre ella impresión, porque no tardó en parlamentar. Sin embargo, me asaeteó a preguntas, procurando cogerme en contradicciones, observando mi rostro fijamente con ojos inquisitoriales.

También la recordaba el P. Gil, porque la tenía más reciente, pero escuchaba con atención, por humildad, esforzándose en admirar la fortaleza de aquellos argumentos, en considerarlos irrefutables.

En aquel momento no dudó que haría brillar su inocencia con pruebas irrefutables. Una firme convicción reemplazó á la duda que le había torturado tanto tiempo hasta hacerle sospechar si en un momento de embriaguez que no recordaba habría, en efecto, cometido el crimen. Ahora se sentía en posesión de otra conciencia y se convertía en otro hombre libre corporalmente y dueño de su pensamiento.