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Siguieron entonces largas diligencias y puesta en claro la felonía de que había sido víctima el teniente de asistente le dieron libertad al fin y al cabo, después de tenerle largos meses en las mazmorras inquisitoriales, con todas las consiguientes molestias y perjuicios.

El Español es extranjero en España bajo los umbrales de la Aduana, cuyas uñas inquisitoriales no respetan nacionalidad ni domicilio, escarbando lo mismo el equipaje del que viene de la China ó del Nuevo Hundo, que del que llega de paseo de alguna ciudad española.

Apenas honrado con la confianza de usted, mi primer deber era aconsejarle que no aceptase sino bajo beneficio de inventario, la embrollada sucesión que le había correspondido. Esta medida, señor, me ha parecido que ultrajaba la memoria de mi padre, y debí negarme. El señor Laubepin me lanzó una de sus miradas inquisitoriales que le son familiares; y repuso.

Las discusiones recrudecían, apasionadas e inútiles, entre los que sostenían la sinceridad de los nihilistas, los que veían en su conducta una nueva prueba de la culpabilidad del Príncipe y los que volvían con mayor confianza a la versión del suicidio, imputando a los métodos inquisitoriales del magistrado la confesión arrancada a una inocente.

Pues para ser enemigo de la libertad de la imprenta, <i>El Diario Mercantil</i> no se muerde la lengua. ¡Pero qué bien le contesta hoy <i>El Conciso</i>! Le dice que <i>los matacandelas de toda luz de la razón, no quisieran que alumbrase al mundo más luz que la de las hogueras inquisitoriales.</i>

La pobre ha pasado tres siglos sufriendo las angustias inquisitoriales de quemar o ser quemada, y aún le dura el pasmo de esta vida de zozobra. Aquí no hay alegría. No la hay, no. Esto se ve en la música mejor que en otra manifestación de su vida.

Deteníase el «paso» en mitad de la plaza, con su escolta de inquisitoriales encapuchados, y la devoción del pueblo andaluz, que confía al canto todos los estados de su alma, saludaba a la imagen con trinos de pájaro y lamentos interminables. Una voz infantil de temblona dulzura cortaba el silencio.

Y otras veces: La mujer del carretero, una verdadera chismosa. La granjera del Quejigal, una ricacha, pero más mala que un dolor... La huérfana sentía pesar sobre ella todas aquellas miradas inquisitoriales que investigaban su sencillo traje, inventariaban su pobre mueblaje y observaban sus menores gestos con la astuta malevolencia de los rurales para con «los de la ciudad».

Aproveché aquellos momentos para decirle lo que creí del caso, demostrándole con razones irrefutables su engaño y el agravio que me hacía. Parece que mis palabras y mi actitud firme y serena hicieron sobre ella impresión, porque no tardó en parlamentar. Sin embargo, me asaeteó a preguntas, procurando cogerme en contradicciones, observando mi rostro fijamente con ojos inquisitoriales.

Era, pues, indispensable que él fuese el libertador, el rescatador de Clarita. Á pesar de tener preocupado el ánimo con estas cosas, el Comendador ejercía tanto dominio sobre , que nada dejaba notar. Paseaba con Lucía por las huertas ó charlaba con ella y procuraba esquivar sus preguntas inquisitoriales. Así transcurrieron ocho días.