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Eso dirá interrumpió la dueña; pero yo recuerdo haber oído afirmar al señor canónigo Miguel de la Higuera, gran sabidor de abolengos, que los señores de San Vicente eran de muy antigua casa, que guerreó mucho con los moros, y vienen de una María de la Cerda, y cuentan con dos condestables de Castilla, y tienen sus armas pintadas en los sitiales de la capilla mayor de San Vicente de esta ciudad. ¿Acaso no va predicando la alteza de la casta el mesmo continente de don Gonzalo? ¿Viose nunca un mancebo más cortés, más bizarro? ¿Cuál otro más diestro en las armas, cuál otro danza y tañe como él?

12 Lo demás de los hechos de Joás, y todas las cosas que hizo, y sus valentías con que guerreó contra Amasías rey de Judá, ¿no está todo escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Israel? 13 Y durmió Joás con sus padres, y se sentó Jeroboam sobre su trono; y Joás fue sepultado en Samaria con los reyes de Israel. 15 Y le dijo Eliseo: Toma el arco y las saetas.

El juez superior de la aljama de Córdoba, Ab-du-r-rahman Ibn Tarif, anuncia al pueblo el doloroso acaecimiento desde el mismo mimbar que estaba dispuesto para el glorioso príncipe, y salen las turbas de la mezquita esclamando: ¡Duerme el Amir en la sombra de la paz! Allah le sonreirá en la hora de las cuentas porque guerreó en su camino.

Dos veces guerreó él en Francia, conquistando preciados laureles y altísima fama. Concediósele distinguido puesto en la corte y por muchos años ejerció brillantes cargos en los reinados de Ricardo y de Enrique IV, quien le confirió la orden de la Jarretiera y le honró como á uno de los primeros caballeros y más valientes campeones de su tiempo.

Aquellos niños cojos y mancos, en cuyos grandes ojos negros parece centellear el genio del gran pueblo que guerreó durante siete siglos con los moros y descubrió, conquistó y dominó regiones y continentes hasta que ya no había más mundo para saciar su ambición, aquellos niños, digo, son la más graciosa pareja de pilletes que he visto en mi vida, y cuanta sal, ingenio y travesura ha derramado la Naturaleza en granujas de Madrid, léperos de Méjico, lazzaronis de Nápoles, lipendes de Andalucía, pilluelos de París, <i>pic-pockets</i> de Londres, es nada en comparación de su gran ciencia.

En Filipinas, ni la tradición ni la historia da el más ligero rayo de luz que ilumine esa raza que indudablemente vivió en sus bosques, guerreó en sus praderas, y por último se extinguió en su suelo, buscando antes retiradas guaridas donde dormir el sueño eterno. Tres horas largas hacía que permanecíamos en la gruta sin apercibirnos del calor ni del cansancio.