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Los bárbaros, somos nosotros, que en vez de buscar hombres que nos den de comer, pagamos tributo á los caballeros garçones y á los cubiletes de buen tono. Pero no, no eres bárbara que me sigues, como la sombra al cuerpo: el bárbaro soy yo.

Si eso es ser culto, quiero que mi país sea bárbaro. Si por eso el Africa ha de principiar en los Pirineos, que principie en buen hora, y Dios la mucha fortuna, mucha salud, y que á mi no me olvide, como decia el autor del Quijote. =Dia primero=. Advertencia del autor. Llegada á Paris. Omnibus. Travesía. -Hotel Español. Luisa Noel. Hotel de los Extranjeros. Restaurant. Garçones. Mi barbarie.

Hice seña á los mozos del equipaje de que me siguieran, y antes de un minuto estaba hablando con los garçones del hotel. ¿Combien voulez-vous payer? La señora del hotel es gruesa, de alguna edad, y fea. Á me pareció un ángel, ó como dijera un novelista moderno, una vírgen aérea de Rafael ó de Murillo.

Nos avinimos, pues, á purgar el delito de ser inconvenientes, y perdonamos sin pesadumbre aquel inocente conato de la cultura parisiense. Sobre esto dijimos algunas palabras mi mujer y yo, y los caballeros garçones que nos circuian estrechamente, formando en el espejo un grupo de cinco personas, una mesa y varios cubiertos, fallaron de propia autoridad que debiamos ser italianos.

Yo quise hacer señas á mi mujer de que se levantara, á fin de abandonar el restaurant Champeaux; pero no era tiempo. Los caballeros garçones nos habian sitiado, y no habia más remedio que sostener el sitio. Pero ¿por qué queria yo abandonar el brillante salon, aquella brillante coquetería del civilizado Paris? Lo queria abandonar por dos razones.

Sus estátuas, sus paseos. Mujeres del pueblo que hacen labores manuales en las glorietas. Bosque de Bolonia. Catelan. fisonomías diferentes de los garçones de mi hotel. Pesares. Antes de las siete de la mañana estoy situado en una esquina de la calle de Richelieu, dando cara al magnífico bulevar de los Italianos. Espero el ómnibus que va al palacio de Luxemburgo.

En este idioma nos preguntaron qué queriamos comer. Perdonen ustedes señores, no me atreví á llamarlos garçones; no somos italianos: somos gentes que querémos comer, y que agradecerémos á ustedes infinito que nos traigan pronto la lista de la fonda.

Otra razon más poderosa indudablemente, era de sentimiento. Me repugna, me repugna, quiera Dios que me repugne siempre, verme servido por caballeros, á quienes me es lícito injuriar con el apóstrofe de garçones.

Sillas de tapicería de terciopelo encarnado, como el papel, mesas lustrosas, manteles blanquísimos, platos de china, vajilla de plata, garçones de corbata blanca y frac negro.... ¡Champeaux! ¡Champeaux! Esta fué la terrible palabra que acudió á mi magín, haciéndome temblar.

Los garçones me hicieron un saludo apenas perceptible. Esto quiere decir que no iba bien vestido. En efecto, mi mujer y yo hemos notado repetidas veces, que los saludos son más ó menos afectuosos, más ó menos cumplidos, á proporcion del traje que llevamos.