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Pero, ¿qué tienes, hijo? insistió la señora . ¿Estás malo?... ¿Por qué lloras? Un inmenso desconsuelo, que desgarraba el alma en aquella carita de ángel, se pintó en las facciones del niño; con los dientecillos apretados y los ojos rebosando lágrimas y amarguras, contestó al cabo: Porque estoy solo. Mi mamá no ha venido. ¡Nadie ha visto mis premios!...

Sus dientecillos blancos, de extraordinaria igualdad y finísimo esmalte, mordían los dulces cascos como Eva la manzana, pues desde entonces acá el mundo no ha variado en la manera de comer fruta. Saboreando aquella, Isidora ponía en movimiento los dos hoyuelos de su cara, que ya se ahondaban, ya se perdían, jugando en la piel. La nariz era recta.

Sus manos chorreaban betún, y en el traje se habían limpiado las suyas asquerosísimas los otros muchachos. El Pitusín tenía el cabello negro. Sus labios rojos sobre aquel chapapote superaban al coral más puro. Los dientecillos le brillaban cual si fueran de cristal.

Sus labios se mueven gritó Florentina. Habla. , los labios de la Nela se movieron. Había articulado una, dos, tres palabras. ¿Qué ha dicho? ¿Qué ha dicho? Ninguno de los dos pudo comprenderlo. Era sin duda el idioma con que se entienden los que viven la vida infinita. Después sus labios no se movieron más. Estaban entreabiertos y se veía la fila de blancos dientecillos.

Cuando se les habían acabado las flechas para herir á los humanos, los atacaban con sus dientes y sus uñas. Lo importante era saber extraer, sajando ó chupando las carnes del enfermo, las astillitas de flecha ó las uñitas y dientecillos que los diablos invisibles dejaban en el cuerpo.

Nieves, a todo esto, no sabía si reírse o si apenarse, porque lo cierto era que nunca había oído ni visto a su padre hablar de aquel modo ni de aquellas trazas; y así sucedía que tan pronto enseñaba los dientecillos prietos y esmaltados, como fruncía el entrecejo o carraspeaba sin necesidad; pero sin apartar la mirada, entre curiosa y tímida, del ojo sano y algo cobardón de su padre.