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Por una de las ventanas de las bohardillas veíase ropa tendida; en obra había dos chicuelos que se entretenían en izar banderas de toallas 23 y servilletas a un asta de caña, que muy bien amarrada en el antepecho estaba. Alrededor de este cuadro revoloteaban pardas palomas que no lejos de allí tenían su vivienda.

La Esperanza le mira con angustia; la Fuerza echa a reir; tiembla el Progreso; la Paz suspira; la Igualdad en tanto lanza una maldición; se oye el lamento que exhala la Honradez en las bohardillas; pugna el Trabajo por romper los hierros de su cadena vil; se ve en el lodo como un gusano revolcarse al Pueblo que tiene, harto de yugo y de miseria, fiebre de dinamita en el cerebro... y en su carrera de onzas, coronado con diadema imperial, llevando un cetro macizo de brillantes y rubíes, como un César o un Dios, pasa el Dinero. ......................................... El Filósofo piensa: "¿Es algo? ¡Nada! ¿Qué es lo que significas, Año Nuevo, entre la Eternidad?" ¡No eres ni el átomo que el aire mece!

La casa de la calle de Botoneras, donde comienzan a desarrollarse los sucesos que aquí se narran, tiene planta baja, con encajera a un lado del portal y al otro tienda de pañolería; tres pisos de dos huecos a la fachada cada uno, con recio balconaje verde, revoque de imitación a ladrillo, descolorido por las escurriduras de las lluvias, alero saliente de robustas vigas y bohardillas a la antigua, completando el conjunto ciertos detalles madrileños, como varillas de hierro para las cortinas de lona que en verano se usan, raquíticos tiestos, cestilla pendiente de una cuerda tendida a la vecindad de enfrente para correo de niñas o tercera de novios, y alguna jaula de codorniz o mirlo.

El ser todas de piedra, desde la Cava hasta las bohardillas, da a las escaleras de aquellas casas un aspecto lúgubre y monumental, como de castillo de leyendas, y Estupiñá no podía olvidar esta circunstancia que le hacía interesante en cierto modo, pues no es lo mismo subir a su casa por una escalera como las del Escorial, que subir por viles peldaños de palo, como cada hijo de vecino.